Arcángel y Miguel Ángel Cortés protagonizaron un impresionante concierto en el ecuador de la XVII edición de los Jueves Flamencos del Teatro Bretón.
Se puede asegurar sin temor a equivocarse y sin pensar por un sólo instante que el cronista cae en la más mínima exageración que el concierto protagonizado por Arcángel en un abarrotado Teatro Bretón ha sido uno de los mejores de cuantos se han vivido en los Jueves Flamencos desde que José Mercé los inaugurara hace diecisiete años. El nombre de Arcángel se instala en nuestro pequeño Olimpo riojano junto a los de Enrique Morente, Chano Lobato, Carmen Linares, Rafael Riqueni o Pepe Habichuela con absoluta justicia porque el artista onubense rayó la perfección en un concierto absolutamente portentoso en algo tan complejo como es crear espacios infinitos para la creatividad sin desmayar ni un ápice su profundo e insoslayable acento clásico. No sé, pero a mí Arcángel, su voz como una daga, su absoluto conocimiento de los tiempos flamencos, de los silencios, de las complejas estructuras de los cantes, me recordó en sus ecos el espíritu creador de Enrique Morente: similar pureza en los conceptos y ese ansia por abrir nuevos caminos en los cantes, como en esa increíble siguiriya acompasada por un Miguel Ángel Cortés que estuvo sencillamente arrebatador. Hubo espacio para acoplar una suerte de disonancias, de descubrimientos sonoros que llegaron al culmen con unas alegrías tan sorprendentes en fondo y forma, con un cambio central en el ecuador del tema que nos dejó a todos sin aliento, literalmente boquiabiertos. Arcángel hace sencillo lo más complejo del cante, lo lleva a su terreno, le da forma, lo acompasa y lo acaricia en con una voz esencial y melismática que sobrevuela el infinito. El concierto fue todo uno, desde los cantes por Málaga del inicio pasando por la hermosa caña, los tientos y ese final alosnero del fandango en el que Arcángel volvió a demostrar la vibrante belleza de los cantes tradicionales, respetados en su esencia, para reencontrarlos con la actualidad a base de una relectura básicamente dictada por la inteligencia y el buen gusto. Se nota en su cante el paseo que ha realizado por otras músicas, desde la ‘Oscura Llama’ con Mauricio Sotelo, una obra arriesgadísima pero absolutamente marcada por la vanguardia (me imagino que esas disonancias antes mencionadas tienen aquí su primer asiento) hasta el último hallazgo, ‘Las Idas y las Vueltas’, un emocionante encuentro del cante flamenco con la música barroca que acaba de estrenar con el maestro Fahmi Alqhai, director de la ‘Accademia del Piacere’. Por cierto, alguien debería programarlo pronto por aquí porque además del tirón garantizado y demostrado del joven cantaor, la sorpresa se iba a instalar en más de uno tras conocerlo. / Esta crítica la he publicado en Diario La Rioja.