José el de la Tomasa llegó a Logroño con un dolor insoportable, con una herida en la vida misma de esas que no tienen solución ni cirujanos capaces de suturar las costuras a través de la que se estaba desangrando su alma de flamenco indómito e irredento, de flamenco sin vuelta de hoja, de flamenco cristalino e irrenunciable. Su cante es abisal, de enorme recorrido, luctuoso por momentos, como si en cada sílaba que deja en el aire su garganta cabalgara a lomos de una pena. El cantaor sevillano llegó herido por un dolor tan profundo que el concierto, apenas una hora de cante bueno, fue creciendo a medida de que su llanto dejaba transitar el eco de su vida por la garganta. Y fue al final, con la siguiriya, cuando disfrutamos de el de la Tomasa en toda su plenitud, en todo su color, con toda esa fuerza subyugante con la que él es capaz de imprimir su cante jondo de jondura absoluta. Qué manera de arrastrar los tercios, qué forma de dibujar con melismáticos acentos cada una de sus transidas coplas de dolor y sangre. Una siguiriya oscura, tremebunda, una siguiriya en la que iba clavando cada una de sus estrofas en el corazón de cada uno de los que allí estábamos. Una siguiriya que por sí sola valió todo el concierto. José el de la Tomasa fue fiel a su concepto y dejó una noche repleta de sabores pero sin terminar de estar a la altura de sus grandes noches en esta plaza. El corazón y la cabeza iban a veces por su propia cuenta y el cuerpo no era capaz de recibir los impulsos que llegaban a su garganta. Hubo cantes hermosísimos, como la soleá, como la minera incluso con esas bulerías suyas tan personales en las que se hace uno solo con Manolo Franco para hacer del compás un juego de estratagemas, un compendio de estrategias en las que al aficionado se le hace la boca agua pensando cómo va a rematar éste o aquél tercio. José se paseó de primeras por Malagueña, a porta gayola, a pecho descubierto. Fue por Cádiz, romeras al canto, y el cante por mineras lo bordó por expresión y quejido, al igual que los fandangos. Sin embargo, faltó ese no sé qué que fue capaz de poner sobre el tapete un escudero de auténtico lujo. Manolo Franco lo bordó. Qué noche la suya, qué plenitud en falsetas, juguetillos y ritmo, qué pedazo de guitarrista, quizás hoy el número uno de los que tocan para cantar. Era la octava vez que venía a Logroño y desde ya se le echa de menos. El concierto supo a poco, quizás, pero el cante bueno llega cuando menos te lo esperas, como esa siguiriya memorable de José.
o XVII Jueves Flamencos del Teatro Bretón. Cante: José el de la Tomasa; toque: Manolo Franco. Salón del Columnas del Teatro Bretón de Logroño (lleno). Jueves, 31 de enero de 2013 - La foto la he encontrado aquí y es obra de Luca Fiaccavento.