viernes, 25 de enero de 2013
AMY MARTIN NO SOY YO
A veces, cuando escribo estas cuatro líneas inconexas, nerviosas y vacilantes, me escurro torpemente por las cavilaciones de mis anhelos y sueño que soy Amy Martin, no por lo fantasmagórico del caso de esta escritora rica e invisible, sino por los 3.000 euritos del ala que le pagaban en la fundación ‘Ideas’ (debería llamarse ocurrencias) por cada uno de sus escritos. La cosa tiene enjundia y en este barro de la corrupción en el que gravitan todos los partidos y casi cualquier instancia pública de nuestra querida Ex-paña, conviene detenerse en estos ejercicios posmodernos de la perversión moral porque convendrán conmigo en que no es lo mismo llevarse la pasta gansa tipo Bárcenas a cuenta de las habituales mordidas y empresas interpuestas (Gurtel, Filesa), robar a los parados como hacían en Unió, mangar en las jubilaciones como en Mercasevilla o llevárselo crudo enseñando la corona del suegro, que inventarse una autora (autotitulada como Global Observer) y encañonarse la pasta gansa opinando sobre la eclosión del cine nigeriano, los sistemas para medir la felicidad o el accidente nuclear de Fukushima. Amy Martin, además, cobraba por caracteres: cada golpe al teclado, 16 céntimos, y si se traducía al inglés, diez más. A veces, para redondear, los mismos artículos en inglés o en castellano los ajustaba con el mismo número de letricas impresas. Todo un arte en el redondeo literario. Calderas, como Rajoy, Rubalcaba, Aznar, Pujol y un infinito e insoportable etcétera, no sabía nada. En este país nadie tiene ni idea de nada. Es el país de los ilusos; es decir, ustedes y nosotros, porque ellos, los que sostienen que no se enteraban, tengo para mí que están siempre al corriente de todo, hasta del cine nigeriano. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.