Foto: Carmelo Bayo |
Fuente Ymbro ha vivido su tarde en el desierto, de caminata descastada y aliento seco. Las fuerzas evaporadas y las antaño prehistóricas presencias derivando de un año para otro en presencias que se aprueban sin alardes. Es comparar Abu Simbel con las ruinas de Abu Simbel; y aún sale bien parada la ganadería de la comparación porque el toro que llevaba por jeroglífico "Guardes" salvó la honra de la divisa tal y como los centinelas de Abu Simbel siguen guardando la tumba en el desierto.
Diego Urdiales en su enjuta seriedad sigue porfiando en busca de una meta más alta. Alejandría es menos a su lado; el diestro riojano nunca se dejará conquistar. La firmeza ejercida a lo largo de toda su tarde la reconocen hasta sus fieles enemigos. Esto es la guerra. Conviene afinar la puntería porque como siga pinchando toro tras toro ninguna batalla caerá de su parte a pesar de robarle el corazón al orbe taurino. Su primero, jabonero y musculoso, se paró bien por bajo y se le trasteó hasta los medios con torería y mando. Poco a poco se iba quedando corto, se diluía y se rendía a la entrega de un torero que mandó a embalsamar al blanco de mala manera. Con su segundo, "Agitador" y largo de cuello la faena se hizo por donde en Egipto sale el Sol, por Oriente y en los medios. Las civilizaciones poderosas cuando se han crecido siempre han puesto más columnas de las necesarias y así han creado peristílos perimetrales excesivos. Atesorando tanto poder Urdiales daba cinco y el de pecho cuando tres hubiesen bastado. El tiempo es tan importante como la intensidad y se mide igual, veinte segundos y tres naturales son una eternidad suficiente. El limpio arrimón con un toro que perdió las manos en dos inoportunos momentos fue el final de una tarde dura y revitalizadora para el toreo de Diego Urdiales.
Leandro cruzó a la otra orilla del Nilo. La primera faena la hizo en poniente y en la segunda se sumió en un ocaso de perdición. Su primer toro de nombre "Sacudido" llegó a la muleta con buen ritmo y Leandro lo citó de lejos con la esperanza de ir tras la joya del Nilo dándose cuenta en apenas tres meandros que la operación era del todo imposible porque a todo lo que entraba el toro lo hacía a media altura, bien pero a media altura y sin miedo. Nunca descolgó el toro y Leandro se acostumbró a que no le reverenciaran. Si Leandro hubiese sido Faraón este animal no habría durado ni media mastaba. Con Leandro duró hasta el aviso y una muerte mala. Su segundo, "Pintor" le dió de lado como las pinturas egipcias y le puso todo tan complicado como descifrar un jeroglífico sin la piedra Rosetta a mano. Se perdió como se pierde un siervo en una pirámide después de sellarla y menos mal que no había puertas porque Leandro las abría todas. Luego reiteróse en matar mal.
David Mora se va percatando de que los espejos no embisten y que el toreo de salón se hace sólo en el salón. Aunque intuyo que tampoco le importa porque hay que quererse mucho para ser vencido y darse una vuelta al ruedo. Cleopatra vuelve de enamorar a Marco Antonio y la encumbran pero vuelve sin sestercios y la tumban y le dejan la nariz chata. Bilbao presencia cómo un derrotado chulea y en lugar de frenarle lo aplaude. Mora con su primero acompañó las embestidas hasta que estas cesaron en su flojo empeño y acabaron bajo tierra cual escarabajo pelotero. Y las de su segundo ni las vio, ni las intuyó. Clamorosa la falta de iniciativa. Ninguna estrategia previa simulaba un enemigo tan fiero y con tanto poder. Ni griegos ni egipcios ni romanos ni ptolomeos tuvieron en sus filas a semejante ariete. Mora se quedó entre los dos brazos que aún le quedan al Nilo en el Delta; antes había siete pero el tiempo y la mala cabeza de los persas entre otros han hecho que el Delta se haya quedado sin cinco caminos que antes desahogaban el Nilo al Mediterráneo. De la misma manera le pasa a Mora, sus tauromaquias no son varias y aunque el parezca contentarse con las aprendidas tarde o temprano el público se dará cuenta y señalará con el pulgar el suelo de la misma manera que lo hizo Octavio Augusto tras descender de su nave y pisar triunfante tierras de Egipto tras vencer en la batalla de Accio.
La segunda tarde y la segunda en la misma frente. Urdiales, sus principios y el poder de "Guardes" sí merecieron la pena. Las pirámides nunca defraudan.