Aparicio impotente como una mosca alicaída en un estercolero cuando se atisba el invierno.
Aparicio roto, como un juguete extraño, con una especie de pelo rubio de bote sin brillo ni esperanza y cortado al sesgo sobre las orejas aturdidas por la bronca.
Aparicio, una estafa patética de sí mismo. ¿A qué has venido Julio a Madrid esta tarde de primavera sin celo? ¿Por qué te arrastras así? ¿Qué pretendes? ¿Acaso la pasta?
Aparicio, apoderado por Ortega Cano, dos capitanes de barco que conocen todos los naufragios, todas las derrotas, todos los chascarrillos.
¡Qué pena! Julito, verte así, incapaz, yerto como una sombra, desposeído hasta de tragedia. ¡Qué pena! Julito, en tu plaza, que no seas nada más que un mal rato, una bronca, una deserción de la rutina del coñazo plúmbeo de los toros asesinos de El Ventorrillo
Ahora me pregunto qué te diría José en el hotel. Posiblemente nada porque ambos, que lo fuistéis todo, os habéis convertido en la misma nada
No hay consuelo