martes, 22 de mayo de 2012
ISRAEL GALVÁN, LA SALVAJE CREACIÓN
Israel Galván tiene una forma de bailar que produce un estremecimiento desde la cadera hasta la coronilla, desde el dedo meñique del pie hasta el dedo gordo de la mano. Y ese estremecimiento súbito se convierte en un temblor inmediato en la hora y media que dura la ‘La Curva’, una obra onírica y repleta de disonancias en las que el bailaor sevillano refleja su brutal espíritu creativo en una serie de escenas donde el flamenco se da la mano con el piano de absenta de la creadora contemporánea Sylvie Courvoisier y la voz enfrascada en el universo telúrico de Inés Bacán, cante oscuro de madrugada reducido a la desnuda esencia de un metal que araña por el desconsuelo, por la tersura de esas vocales levísimamente perdidas en el aire y con el compás de Bobote. Israel Galván juega y asombra, baila sin apenas tregua, en soledad casi siempre, prefigurando estancias anímicas impenetrables, áridas en ocasiones, sencillamente geniales siempre. La danza de Israel Galván sale de cualquier convencionalismo para hundir su misterio en unos ojos que duelen cuando se clavan en un sueño que no deja de asomarse, el del ignoto Vicente Escudero, tan presente en la obra como el surrealismo del taxi o del pincho de croqueta. No conviene explicarse estas cosas, solo sentirlas, hacer que le imaginación discurra y que nada sea un paradigma. En el arte los paradigmas están para ser arrollados. Israel Galván ha llegado a ese límite inconsistente donde las fronteras de la música se retuercen con las de la propia danza: ¿Hay algo más allá de ese precipicio de coral donde asienta su cuerpo? Quizás no importe porque no hay pretensión de agradar, hay deseo de una nueva gramática danzaora líquida y filamentosa, acompasada a un camino abierto por el bailaor del amanecer y de las disonancias. Galván se abrasa y abrasa por momentos; Israel se inventa en un camino sin límites, el camino salvaje de la creación. / Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja