martes, 22 de mayo de 2012

ESTA RUINA NO TIENE LÍMITES

Diego Urdiales ofreció un gran nivel ante dos toros de más de seiscientos kilos que no le regalaron ni una sola embestida

El torero riojano hizo un gran esfuerzo con su primer toro y vio silenciada su actuación ante un gigantesco astado de Fornhilos


Una tarde absolutamente lamentable la vivida ayer en Las Ventas: nueve toros y de cinco ganaderías diferentes; nueve cornúpetas aturdidos e impresentables que en el caso de Diego Urdiales superaron de largo los seiscientos kilos y no le regalaron ni una mísera embestida. Tarde durísima y sorda para un torero que se jugó su vida a sabiendas de que el empeño iba a resultar una empresa espúrea, imposible, un subir al K-2 en pleno invierno y por la senda que marca –es un suponer– la cara oculta de la luna. Así está el toreo, dirigido por una especie de casta empresarial incompetente y asesorado por un cuerpo de veterinarios que confunden trapío y hechuras con kilos y mansedumbre; eso sí, a mansalva, como si fueran animales de engorde y no atletas bravíos. Con tardes como la vivida ayer la fiesta se escurre por el sumidero incontestable de su intrínseca fatalidad; con despropósitos como éste el toreo se muere irremisiblemente por las contradiciones de sus anquilosados esquemas. Lo peor de todo es que mientras la fiesta languidece y el toro desaparece, las ilusiones del riojano se balancean entre la impotencia y la desdicha, entre jugársela como si no pasara nada y prestar sus femorales en este juego de toros mastuerzos y elefantiásicos, como los dos sobreros de ayer, el imposible de Aurelio Hernández y el aleonado panzer portugués de Couto de Fornhilos, dos astados llenos de podedumbre y fachada pero vacíos del más mínimo asomo de bravura. Es decir, dos ruinas con cuernos, dos desastres predecibles de los que apenas se sabía una cosa: embestir era un milagro, regalar un lance suponía para ellos una afrenta a su dignidad. El mejor parado de la terna resultó Morenito de Aranda, que en el carrusel de sobreros de la corrida, se las vio con un buen toro, el de Carmen Segovia que hizo tercero bis y que le ofreció la oportunidad de demostrar su calidad con la mano derecha, donde logró dos estimables tandas que a la postre le sirvieron para anotarse una oreja sobre la campana, pero una oreja de Madrid al fin, aunque dio la sensación de que el buen torero burgalés no terminó de apurar la copa que le ofreció el buen astado de procedencia Torrestrella. El primer toro de Urdiales fue devuelto por flojo y la postre fue una pena porque a pesar de su evidente invalidez parecía que podía embestir. Salió el primer sobrero, de más de seiscientos kilos, y parecía un empeño imposible cualquier ligazón, cualquier esbozo de faena. Sin embargo, el torero riojano no se arredró y le compuso una faena maciza y rotunda en la que se la jugó a carta cabal. Era imposible el toreo, pero Urdiales dejó el sello de su valor y entrega. Con el tanque quinto no pudo hacer otra cosa que luchar contra su desesperanza y salir vivo de la plaza. / Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja y la foto es de Carmelo Bayo.