Apenas cinco minutos después de comenzar la huelga de ayer supe lo que era un piquete informativo de primera mano. Fue en la calle Víctor Pradera, en la esquina del bar Romasanta, donde unas cincuenta personas equipadas con pegatinas de UGT me acorralaron sobre un coche, me insultaron, me increparon y me obligaron a que les diera una cámara de fotos con la que retraté el petardo que acababan de colocar en dicho bar para desalojar a los clientes primero y echar el cierre después. Saqué el móvil y comencé a hacer fotos. Uno se percató y empezó a amenazarme y a poner la mano frente al objetivo. Se sumaron otros piqueteros más y en apenas medio minuto estaba rodeado por unas cuarenta o cincuenta personas que me daban manotazos y metían las manos en mi bolsillo para quitarme la cámara. Uno del grupo dijo en alto: «¡Es periodista de LA RIOJA, un fascista y un hijo de puta!». Escuché de todo: «Asesino, nazi, mataobreros, cobarde, vendido, pepero...». Recuerdo especialmente la cara de otro, con su pegatina ugetista, que en voz alta me acusó de escribir al dictado de Emilio del Río. Uno, con bigotes y muy mal encarado, me exigió que le diera la cámara chillándome y rodeándome con sus brazos. Fueron seis o siete minutos de infarto, pero no sentí miedo. A medida que ellos gritaban y apuraban su estrategia del miedo, me fui creciendo interiormente. Soy un ciudadano y tengo derecho a hacer fotos; soy un periodista y me debo a mi obligación de informar y denunciar actos intolerables de unos personajes que se han convertido exactamente en lo contrario de lo que dicen defender. Me dio mucha pena tener que explicarles a mis hijos que en estos tiempos hay demasiadas personas que no tienen ni idea de lo que significa el respeto ni la Democracia ni la Libertad.
o Este artículo lo publiqué el viernes en
Diario La Rioja / La foto es mía.
