martes, 10 de abril de 2012

JOAQUÍN VIDAL, UNA GENEROSIDAD QUE NUNCA OLVIDARÉ / EN EL DÉCIMO ANIVERSARIO DE SU MUERTE

Joaquín Vidal en Las Ventas en 1999. | Claudio Álvarez / El País
Joaquín Vidal fue no sólo un periodista ejemplar y un crítico sobresaliente, sino también una persona generosa y afable que a mí me trato con un cariño que nunca olvidaré. Un día de 1997, armandome de valor, llamé a El País y pregunté por él. Se puso, le expliqué que era periodista, que solía escribir de toros en La Rioja y que en El País llevaban sin cubrir la feria de Logroño varios años. Vamos, que me ofrecí para el asunto. Joaquín Vidal –que me escuchó muy amablemente– me pidió que le mandara algunos artículos para ver el percal. A la vuelta de un mes –más o menos– me llamó y me dijo que desde ese año se iba a cubrir la feria de San Mateo y que lo iba a hacer yo. Jamás me dio ninguna instrucción, tan sólo que procurara sacar el título de la crónica del primer párrafo. Siempre que tuve una duda le llamé; un problema o cualquier cosa, siempre –sin conocerme nada más que por teléfono– me la resolvía con enorme ternura. Cuando le ofrecía una noticia o algo de interés, siempre estaba dispuesto a escucharme, a tratarme bien, a ser una persona cordial y afectuosa. Nunca olvidaré ni su maestría periodística ni la oportunidad que me dio de escribir en el periódico en el que él firmaba. Hasta siempre, maestro.

HASTA SIEMPRE, MAESTRO
Existe un pequeño garaje al lado de Las Ventas donde el maestro Vidal escribía sus crónicas de San Isidro. El garage tiene un vigilante que deja consumir sus cigarrillos hasta casi quemarse las comisuras de sus labios. Allí, en una improvisada redacción, conectaba su portátil –“donde pone ‘phone’ lo pone”, contaba– y tras el discurrir agitado de sus dedos sobre el teclado, dos o tres pares de cigarrillos y su inevitable cafelito, casi por arte de magia –o de birlibirloque– surgían las más atinadas y bellas crónicas taurinas que imaginarse puedan. Ha muerto Joaquín Vidal, el maestro de la crítica, un periodista capaz de hacer estremecer a cualquiera cuando describía, por ejemplo, el caminar de la parada de cabestros de Sevilla, un natural de Rafael de Paula o al chulo de la puerta de toriles de la Monumental. Pero Joaquín, además de su carácter de periodista de una pieza, ha sido un firme defensor de una fiesta que amaba y que la concebía bajo el signo de la emoción. El maestro Vidal ha marcado una época en la crítica porque ha renovado el lenguaje y ha sido el feliz descubridor de un estilo de contar las cosas que hacía del periodismo taurino un espacio donde se podía encontrar a gusto cualquier lector, aunque no le interesara lo más mínimo las corridas de toros. En una entrevista concedida a Pla Ventura, decía que “el periodista se debe a los lectores y tiene la obligación de ejercer con honestidad absoluta la libertad de expresión, ha de estar preparado para la tarea, informando sobre la materia que trata, ser veraz y comportarse con modestia. Una vez dicho (y comprobado) lo que tiene que decir, con asunción inequívoca de lo publicado, deja de ser protagonista de nada. Y hasta la próxima”. Ahora, por fin, se encuentra a salvo de tanto derechazo, de los borregos toros comerciales que detestaba y de las figuras monótonas y repetitivas que asolan el negro panorama de la fiesta. Pero el vacío que deja será imposible de llenar. Hasta siempre, maestro. /Este artículo lo escribí hace diez años en Diario La Rioja.

o En la muerte de Joaquín Vidal, por Federico Jiménez Losantos

o Oficio de vida, por Luis Martínez

o Crónicas históricas de Joaquín Vidal, en El País