Vaya por delante que no tengo la menor idea de economía y que los bancos que más me gustan son los de peces: arenques, atunes o sardinas. Quizás se deba a que tengo un punto atunesco y no entiendo muy bien ni el efecto que tiene para la economía que las cajas se conviertan en bancos, ni que cierta sensibilidad izquierdista reclame nacionalizar el sistema si con las cajas de ahorro viento en popa y a toda vela han dejado esto convertido en un solar (nunca mejor dicho). Nacionalicemos la banca, rezan las pancartas. Y me parece alucinante dicha salmodia; ya estaba nacionalizado la mitad del sistema financiero español merced a la manera en la que las administraciones autonómicas hurgaban en la filosofía de las amables cajas (hienas con piel de cordero, que es la mejor definición que se me ocurre para este sistema brutal de verdadera opresión para los impositores). Leo ahora con asombro que el BCE, que es algo así como el Leviatán del dinero, ha concedido medio billón de euros a los bancos a un crédito del uno por ciento. Y el monstruo pide más porque es insaciable la veta devoradora para con sus propios hijos. Los bancos ‘cajescos’ y los bancos a secas nos atolondran con toda suerte de comisiones. La comisión es su identidad y nosotros caemos a bocajarro en la trampa del medio euro, que multiplicado por uno o dos millones vomita cifras asombrosas, como las del déficit perdido de la señora Arruga, del señor Sanz o de Montoro. Culpan al pasado los hijos del presente, pero a casi nadie se le escapa que la ruina viene de antaño, del plan E –¿se acuerdan?–, de los brotes verdes y de aquellas veleidades a la hora de contar los billetes fajo a fajo, como si ladrillos fueran.
o Este artículo lo he publicado en
Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula
Mira por dónde.
