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El torero riojano pierde una oreja tras fallar con la espada tras una meritoria faena
El arrimón del arnedano con el cuarto pasó desapercibido por la enorme sosería del segundo de su lote
Diego Urdiales vivió una tarde contradictoria ayer en su
debut en la feria de Castellón: toreó con sumo empaque y cadencia al
primero de la tarde; se pegó un enorme arrimón con el cuarto y vio cómo
al final tanto esfuerzo se quedó en agua de borrajas tras fallar con la
espada en el de la presentación (al que tenía la oreja prácticamente
cortada) y pasar desapercibido en el segundo de su lote, que además era
el de la merienda. Y hablando de meriendas, Ricardo Gallardo llevó hasta el
ruedo castellonense una corrida para ponerse las botas a poco que
Fandiño no hubiera fallado tanto con los aceros y Matías Tejela se
hubiera dedicado a torear, cosa que no hizo a pesar de ser el diestro
mejor parado en el sorteo, bueno sin ambages su primero y
extraordinario el quinto, al que cortó la única oreja de un festejo que
debería haberse saldado con un balance numérico mucho mayor. El torero
riojano estuvo francamente bien con su primer astado, un toro bonancible
al que logró moldear varias tandas de gran entidad, sobre todo con la
mano izquierda. Lo mejor de su actuación fue su asentamiento y la
largura de algún natural excelente logrado a base de jugar los vuelos de
la muleta con una tremenda soltura de sus muñecas. Fue, de largo, lo
mejor de una actuación que empañó a continuación con un pinchazo en todo
lo alto y otro más profundo que sirvió para descabellar al toro a la
primera.
El segundo de su lote, el más hondo y serio del envío de
Fuente Ymbro, fue un animal descastado, soso y muy parado con el que
Diego Urdiales jugó con soltura la cintura con el capote y se lució en
un elegante quite por chicuelinas. Sin embargo, el torero arnedano
equivocó el planteamiento de la faena. Comenzó por bajo en tablas para
llevarlo a los medios y dejó la tanda sin rematar. El público, dado a
los placeres de las meriendas -que aquí se riegan con cavas y toda
suerte de vinos espumosos-, se desentendió de una labor que no logró
tomar cuerpo porque aunque se salpimentaba en ocasiones con excelentes
muletazos sueltos, fue muy deslabazada, con interminables tiempos
muertos y un arrimón brutal ante la cara del astado que pasó inadvertido
para el público. Tanto es así que a Diego le sonó el primer aviso antes
de entrar a matar. Faltó estructura a una faena que paradójicamente
gozó de varias series buenas y derroche más que destacable de valor.
Diego fió todo a su muleta y le faltó perspicacia para enseñar al toro
desde el primer momento; en ocasiones recordó a su primera tarde de la
pasada Feria de San Isidro.
Matías Tejela e Iván Fandiño tuvieron la puerta grande
por dos ocasiones en la mano. El torero de Alcalá de Henares estuvo
igual de periférico en ambos toros y la orejita al segundo de su lote se
antoja un botín demasiado insuficiente para el triunfo sin paliativos
que pudo haberse anotado. El vasco Iván Fandiño no cortó nada, pero dejó sobre el
albero castellonense el aroma de un torero en sazón, valiente hasta
rozar lo temerario, entregado a carta cabal pero sin terminar de
redondear una faena, la del cuarto, en la que toreó con ritmo y hondura
pero a la que le faltó la finura necesaria para cuajar al toro por
debajo de la pala del pitón. Se empeñó con el cuerpo de la muleta y el
toro le pedía los vuelos para soltar el muletazo sin los enganchones
finales. Mejoró al final pero falló con la espada. El sexto fue un toro
mentiroso, bravucón y emocionante. Fandiño se la jugó a carta cabal y a
pesar de que el animal se acabó rajando, en el caso de no fallar con la
espada hubiera tocado pelo. Una pena, ya que la corrida fue mucho más
divertida que su balance de trofeos. / Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja