Javier León de la Riva, alcalde de Valladolid, se ha convertido en el típico político de los que ya no se espera uno nada más que una incontinencia o un exabrupto. Saltó a la palestra mediática cuando dijo que cada vez que le veía «la cara y esos morritos» a Leire Pajín «pienso lo mismo». Pidió disculpas, pero remató el asunto asegurando que la entonces ministra de Sanidad le recordaba a un «personaje de dibujos animados». El pasado mes de noviembre no tuvo empacho alguno en gritar «payaso» por la calle y en medio de una comparecencia pública a un ciudadano vallisoletano que le reprochó los altos sueldos de los políticos. Finalmente el martes estalló diciendo que la elección de Logroño como Capital Española de la Gastronomía era «una cacicada». Obviamente no tengo ni idea de cómo se celebraron las votaciones que a la postre determinaron conceder este título a la candidatura presentada conjuntamente por el Gobierno de La Rioja y el Ayuntamiento de Logroño, pero tengo la sensación de que el ardoroso munícipe pucelano estaba menos al cabo de la calle que cualquiera; le dolió perder porque a personajes como él la derrota les acompleja. Ahora bien, todavía no he salido de mi asombro al comprobar cómo de una acusación infundada se puede hacer tal bola para quedarse en nada. ¿Dónde están las pruebas?, pregunto al señor León de la Riva. ¿Quién es el cacique aquí?, me interrogo a mí mismo, alucinando a la vez por la impostura de un señor que parece creerse más importante que los intereses de los ciudadanos a los que administra y más creíble que los títulos a los que se presenta. Lástima por Valladolid, porque con un alcalde así tiene más que crudo ganar cualquier premio.
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula Mira por dónde.