miércoles, 29 de febrero de 2012
Miguel Poveda es inconmensurable
He visto este video de Poveda y me ha dado por recordar una de las últimas veces que vino por nuestra ciudad.
Miguel Poveda dejó el jueves en Logroño un concierto sencillamente memorable en el que con una extraordinaria versatilidad, con esa desmedida elegancia de la que hace gala y con su cante –¡Dios, su cante!– se metió en el bolsillo y para los restos a una afición que asistió rendida desde el principio hasta el final de su actuación a ese prodigio de flamencura que fue desparramando desde las primorosas cantiñas iniciales hasta el pregón del uvero endeble con el que casi dio por terminado un recital que coronó, a la postre, con dos bocaditos untuosos de fandangos caracoleros con los que sació el apetito de buen cante y de inspiración de una concurrencia que le despidió entusiasmada, casi toda ella en pie, y con esa sonrisa beatífica que se pone cuando se sabe, que por unos momentos, se ha tocado el cielo. Además, al cantaor catalán se le veía también tan pleno de poder como íntimamente satisfecho en cuanto a su caudal de sentimiento, creatividad y argumentos para conectar con los espectadores –aficionados al flamenco o no– que llenaban el Bretón otorgándole a la noche un añadido mayor, si cabe, de importancia y solemnidad. El concierto, todo él, estuvo marcado por una altura inapelable desde el primer compás, por una puesta en escena sobresaliente y un sonido absolutamente cristalino que permitía dejarse inundar por ese universo de tonos y acentos con los que se prodigó con inapelable generosidad este sorprendente cantaor de Badalona. La siguiriya, rematada por cabales, tuvo candor y experiencia, hondura, incluso fatalismo; los cantes por levante rezumaron esa escuela en la que se forjó en los noventa pero macerada ahora por las olas de la vida; y la soleá apolá fue una declaración absoluta de que estamos ante una de las voces y personalidades más singulares y ardientes del flamenco de los últimos años. Y es que él va llevando el cante con guantes de seda, rebuscando dentro los tonos más difíciles para rematar los tercios con un poderío tal que llega a estremecer pero sin esa compulsiva agitación del grito por el grito, del recurrente ay por el ay. No, en Poveda asistimos a una bellísima sofisticación del flamenco pero ajena toda ella a falsas afectaciones. Porque Miguel suena cuando quiere con ese sabor añejo que lo llena todo de un hondo clasicismo; como en la bulería a compás de la guitarra sorda de un Juan Gómez ‘Chicuelo’, que sin ninguna prosopopeya iba meciendo cada uno de los cantes con un sabor casi espiritual, como en el temple de la mentada siguiriya o los juguetillos que fue dejando impresos cuando la voz de Poveda se silenciaba ante los acordes de este gran y sincero guitarrista.También fue precioso ese guiño a Rafael de León mezclando el coplerío con esa belleza de los ‘Alfileres de colores’ de Pedro Rivera. ¡Qué compás! Y qué placer asistir casi al final a ese maravilloso pregón del uvero, de las uvitas negras de los Palacios, que las comen las niñas dulce y despacio... Poveda estuvo inconmensurable y puso el nivel en el cielo para el resto del programa.
o Primer concierto de la XIII edición de los Jueves Flamencos: sala grande del Teatro Bretón (lleno). Cante: Miguel Poveda Toque: Juan Gómez ‘Chicuelo’ Compás: Carlos Grilo y Javier Cantarote Fecha: Jueves, 18 de enero de 2009. (Esta crítica la publiqué en Diario La Rioja).