Antonio León recibió su alternativa hace 50 años en Logroño de manos de Curro Romero
«Fui, y los vetos no me dejaron luego continuar siendo», declaró a la revista ‘El Ruedo’
Antonio León y Curro Romero, en el patio de caballos de La Manzanera en 1962 . Foto Albe
Estamos en San Mateo. Es 23 de septiembre de 1962 y Curro Romero torea en La Manzanera, y Paco Camino también... Bolón, acontecimiento taurino, aunque nadie se olvida de lo más grande, de lo más profundo que estaba a punto de suceder. El arnedano Antonio León, espigado, juncal, largo como un cohete, iba a tomar la alternativa después de dos intentonas previas y frustradas por las cornadas, la primera en Valencia, donde tenía un cartelazo, y la segunda en La Monumental de Barcelona, una plaza rendida a los novilleros grandes. Antonio León era un figurón en el segundo escalafón por sus insuperables volapiés: mataba como nadie y a los aficionados les gustaba que pinchara para que volviera a ensayar el embroque con su insuperable lentitud. Antonio León entrelaza sus manos y posa aparentemente sereno entre dos admiradores. A su izquierda está Curro, que parece que anda mirando un papelillo que sostiene levemente con su mano derecha. Curro, el faraón de Camas que se disponía a dar la primera de sus 34 alternativas: esta primera a nuestro torero, la última en 1999 (casi cuarenta años después), a Francisco Marco con José Tomás como testigo de la ceremonia. Pero el testigo de aquel día no aparece en esta instantánea. Paco Camino se había camuflado en la capilla o prefería pasar desapercibido resguardado de la gente y de los autógrafos antes de que comenzara la corrida, no en vano esperaban seis toros de Concha y Sierra en los corrales, concretamente de la señora viuda, que se hizo muy famosa en los años sesenta por señora, por viuda y por ganadera de alcurnia.
Cuenta un delicioso artículo de José Suárez-Inclán que a Antonio León le llamaban las señoritas de Logroño ‘el chispillas’ y que estaba tan nervioso aquel día que el corazón estaba a punto de salírsele del vestido. Tanto es así que tuvo que esperar al sexto toro de la corrida para cortar dos orejas en las mismas barbas del faraón y del otro gran camero inmemorial, el testigo ausente de la fotografía al que el destino le esperaba para convertirlo en uno de los más grandes de todos los tiempos.
Antonio León no tuvo la fortuna que él mismo anhelaba tras sus grandes temporadas como novillero: «Fui, y los vetos no me dejaron luego continuar siendo», se quejaba amargamente en una entrevista posterior en la revista ‘El Ruedo’: «A un hombre que ha derramado en la arena tanta sangre (diecisiete cornadas), que está dispuesto a seguir derramándola guiado por su noble afición, no se le pueden hacer las granujadas que he soportado y que he continuado soportando».
Antonio León apenas toreó 21 corridas en once años de alternativa, una cifra irrisoria para un diestro que en su etapa novilleril había dado la vuelta a España y que llegó a torear tres tardes en un mismo año en Las Ventas. Él lo achacaba a los vetos de las grandes empresas y a la política porque se confesaba ‘rogelio’. Pero su maestría en la suerte suprema no tuvo parangón para ‘La espada de Arnedo’, tal y como le bautizó el añorado Joaquín Vidal.
o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja en la sección LA RETINA DE LA MEMORIA