Foto: Miguel Herreros |
«No concibo mi vino sin ella», dice Abel Mendoza de Maite Fernández. Y va más mucho allá: «Ni mi vino ni mi vida», atornilla la frase Abel con una mirada que se hace líquida pero que sobrevuela el aire de su pequeña bodega para clavarse después en los ojos de Maite (su Maite), que se hizo enóloga por Abel; es decir, por amor a un personaje que en la corta distancia te supera por el vigor y la energía con la que se toma la vida para sonsacar de la Sonsierra varios de los vinos más borgoñeses y auténticos de La Rioja, vinos pequeños que duermen en un parque de barricas diminuto, pero vinos grandes porque resumen la esencia de una filosofía despiadada con la concentración y con los escandallos, con los números amplios que sólo entienden la existencia o la empresa por la acumulación de resultados financieros.
Con Abel y Maite se siente el olor de la tierra, la sencillez de un estilo y de una búsqueda de vinos que quizás se pueda resumir con ese blanco impresionante llamado ‘5V’, por las cinco variedades con las que se aliña: viura, malvasía, garnacha blanca, tempranillo blanco y torrontés. Adivinar tanta complejidad en un sorbo es un ejercicio para los privilegiados que se acercan a su bodega y se los imaginan a los dos alumbrando la idea de vinos tan misteriosos, tan peculiares, tan definitivamente hermosos.
Abel Mendoza es viticultor y llegó al vino por consecuencias familiares. Maite, también es de San Vicente de la Sonsierra, pero de una familia que nada tenía que ver con el líquido elemento riojano por excelencia, aunque sí con el oro negro de los combustibles: «Mi padre llevaba la gasolinera de San Vicente y yo de vino yo no tenía ni idea. Pero conocí a Abel, me fui a Inglaterra a estudiar, regresé, entendí su pasión y decidí estudiar enología para completar una especie de círculo que nos habíamos trazado entre los dos».
La bodega se llamó Abel Mendoza por influencia de Quim Vila, de Vila-Viniteca: «Él me dijo que mi nombre sonaba muy bien para un vino y así fue». Los inicios fueron muy duros: «Veníamos de una situación familiar económica muy complicada -relata Abel- y cuando decidimos montar la bodega lo hicimos de forma mancomunada con varios socios y con estructuras de producción diferenciadas para los tres en el mismo edificio. Esto era el solar de las piscinas y tuvimos la suerte de contar con un arquitecto extraordinario que en esos momentos nadie podía ni imaginar hasta dónde iba a ser capaz de llegar años después: Jesús Marino Pascual.
La verdad es que hizo un trabajo buenísmo; le tenemos un cariño enorme». Recuerda Maite que en 1985 hicieron 2.000 botellas y dos años después la primera elaboración en lo que hoy es la planta baja de su actual bodega: «Al principio todo es muy complicado y no sabíamos muy bien dónde íbamos a llegar, pero es curioso, fueron unos clientes de Mallorca, unos de los primeros que tuvimos, los que nos animaron a embotellar nuestros vinos y a crear la marca. Les debemos mucho», recuerda. Una de las cuestiones que más enorgullece a la pareja es la manera en la que se ha extendido en el mundo el conocimiento de sus vinos: «La publicidad siempre nos ha resultado imposible. La clave ha residido siempre en el boca a boca.
La incomprensión que me he encontrado en muchas ocasiones en el sistema y en la burocracia ha sido exactamente lo contrario de los mensajes que me ha enviado el mercado. Se pueden encontrar nuestros vinos en países como México, Estados Unidos, Puerto Rico, Canadá, Reino Unido... Eso es lo que más orgullo nos deja, la respuesta de nuestros clientes». Maite es la conciencia crítica de Abel: «Le pongo un poquito los pies en el suelo». Y Abel sonríe: «Yo no sería nada sin ella, ni los vinos, ni nada de nada».
o Maite Fernández / Sobre Abel. «Es una persona muy persuasiva, tozudo y con las ideas muy claras. Pero lo que más aprecio de él es su nobleza». / Sobre la bodega. «Tenemos 20 hs., hacemos unas 70.000 botellas y nuestras variedades son las cinco blancas del 5V, más graciano, tempranillo y garnacha».
o Abel Mendoza / Sobre Maite. «Es la mejor aliada que puedo tener en la bodega y en la vida. Es un martillo pilón, incansable y trabajadora al máximo». o Sobre la bodega. «Lo que más me enorgullece es que haya sido el boca a boca y la personalidad de nuestros vinos lo que nos haya colocado en el mundo». (Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.