Cada vez que escucho hablar a un nacionalista de un hecho diferencial, por pequeño, raro o lánguido que el acontecimiento en cuestión sea, me pongo malo de la muerte. España es una especie de Estado centrípeto que tiende a la fuga por sus costados a base de ridículas pantomimas que llegan al extremo chinesco que viví asombrado gracias a una vieja compañera periodista y nacionalista de Bilbao, que se negaba por sistema a tomar café en vaso de cristal porque le recordaba a Andalucía. No el café, el vaso, el insípido recipiente de duralex era un objeto de sumisión cultural española para la colega. Pensaba, honestamente, que estas cosas estaban en trance de desaparecer. Y no. Veo que sucede todo lo contrario, tal y como demuestra el insigne diputado del PNV
Aitor Esteban. Y es que su pedante y diferencial señoría se ha descolgado en su Twitter con una foto en la que aparece con varios de sus compañeros de Cámara en un restaurante de Madrid rodeado de cabezas de toro y banderas españolas.
«Empieza el período de aclimatación del Grupo Vasco al nuevo ambiente en Madrid. ¡Olé! Y sin oxígeno», escribe Esteban pretendiendo hacerse el gracioso tipo «gallo en corral ajeno» o explorador decimonónico siendo guisado en la olla de un grupo de caníbales africanos. Para ellos, el «nuevo ambiente de Madrid» es ese en el que se congratulan de que pueden respirar sin oxígeno. Ya les vale. Pueden creerse graciosos para su parroquia, pero la verdad es que aburren todo el santo día con el mismo rollo victimista y hueco, con ese dolor hegeliano de habitar un espacio del que se creen propietarios y herederos, como si la tierra diera o quitara más razones que la razón misma.
o Este artículo lo he publicado hoy en
Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula
Mira por dónde.