lunes, 12 de diciembre de 2011

¡NO LO PIENSEN, HÁGANLO!

Un sesudo estudio de la Universidad Estatal de Ohio ha llegado a la conclusión de que los hombres dedicamos mucho más tiempo que las mujeres a pensar en el sexo, en la comida y hasta en dormir. Mientras a nosotros se nos pasa por la cabeza la coyunda unas 19 veces al día (poco se me hace, ésa es la verdad), a ellas sólo algo más de la mitad, diez concretamente, que bien mirado no está nada mal la cosa, oiga. El sexo, dicho como lo especulan estos americanos de Ohio, es un eufemismo de joder, de follar, de coadyuvarse mutuamente, en soledad y hasta en falsas puertas romboides, que de todo hay en los manuales de amor, en las telenovelas, en las revistas pícaras (si es que quedan) y sobre todo en Internet, donde el sexo pornográfico sacude a cada paso como si tras el ratón hubiera un sex-shop global tan inabarcable como la usura de los mercados. El sexo es, cómo no, un negocio que crepita, que llena los periódicos y las biografías ocultas de papas, presidentes de gobierno, actores, ciudadanos supernumerarios y hasta presentadores de televisión progres o carcas. En mi caso creo que cuando pienso en el sexo lo hago también en comer en dormir, no a la vez sino por etapas. Primero comer, después (eso) y al final, el sueño reparador que asienta las sensaciones vividas tras la mesa y la cama, o la cocina y el sofá. Creo que también me gusta antes de comer y después de dormir. Me gusta hacerlo hasta sin haber dormido y los hasta en los días en los que como con frugalidad, que son los menos, lo reconozco. El sexo, por mucho que se empeñen en Ohio, apetece más que se piensa. Apetece y se intenta. No siempre que apetece se consigue; a veces por capricho, en ocasiones por despecho. ¡No lo piensen, háganlo!

o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula Mira por dónde.

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