Ayer se me cayó un mito con la desnudez posteriormente reivindicativa de los bomberos. Y es que hasta el sindical suceso pensaba que había culos insondables, culos imposibles de discernir, como el culo de una monja, como el de un cura o como el de un notario, culos que sin duda existen pero que deberían permanecer inéditos para nuestras amusgadas conciencias. A nadie le cabe la más mínima duda de que hasta Rubalcaba, Rajoy, Cuca Gamarra, Pedro Sanz o César Luena están dotados de su correspondiente culo. Culos políticos adosados a un cargo, pero culos al fin y al cabo. Hay culos con seguro a terceros, culos confiscados, hemisféricos, rayanos en la utopía, desmedidos como el mío, sombríos como el culo de Otegui, o viscerales como el de Paquirrín, que tiene un señor culo con futura esposa y madre culona y cantarina. Todos los culos equivalen a un poema. Existen culos equinociales que arrastran los piropos: el mejor culo del mundo; culito el de un niño y el de alguna señora que prefiero no nombrar. Pero también hay culos antipáticos, como el de Berlusconi; culos suertudos, como el de Brad Pitt, que tiene un culo que parece dos ojos verdes, dos anémonas o dos nenúfares, que era como Rubén Darío denominaba a los culos de sus amadas en aquellos poemas de amor en los estanques. Los culos no tienen fin ni parangón, como las colas del paro, llenas de culos sin asiento, como el Congreso, al que vamos a rellenar de una nueva hornada de diputados culiparlantes que no suelen hablar pero que nos hacen comulgar hasta con ruedas de molino. Pero lo de ayer fue demasiado, ese vidrioso panorama de culos con casco, de culos con pelo en pecho y camisetas deportivas me dejó sin respiración.
o Este artículo lo he publicado hoy en
Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula
Mira por dónde.