Foto: Justo Rodríguez |
Abel Mendoza recorre lentamente con su mirada la Sonsierra desde cualquiera de sus pequeños majuelos antañones. Abel también sabe cómo afinar su oído hasta lo inaudito cuando pega la oreja a sus barricas de blanco o de tinto para comprobar el misterioso rumor de la fermentación: el sonido fenólico de las uvas en sus «pucheros», tal y como él mismo define el equipamiento de su recoleta bodega de San Vicente de la Sonsierra. Es un espacio organizado en torno a una estudiada colección de toda suerte de pequeños depósitos de acero inoxidable, de hormigón y de barricas nuevas para que los vinos vayan vertebrándose merced a las lías con el infinito mimo con el que este viticultor sonserrano trata a sus propios viñedos y a la diversidad varietal con la que hace de su trabajo un reto cotidiano y un singular disfrute enológico. Abel Mendoza, junto a Maite, compañera y enóloga de esta peculiar bodega, conoce cada palmo de terreno de una zona que por sí misma es un auténtico privilegio para el vino y para el hombre, un espacio en el que se desenvuelve lo más fiel posible a la viticultura más honesta a pesar de otras muchas cosas que suceden a su alrededor y que le llevan por el camino de la amargura: «En esto del vino están sucediendo cosas inexplicables», masculla. Las manos de Abel son manos de campo, de mañanas frías de espergura, de injertos y podas de principios de invierno con los dedos ateridos, pero también son manos inquietas con el alma borgoñesa que le hicieron dar el salto a los vinos criados y al refinado gusto de variedades casi olvidadas en esta zona como la turruntés, la garnacha blanca, la malvasía, la viura o la graciano, con la que elabora un delicioso monovarietal que tiene que recoger a la antigua usanza, recorriendo varios de sus viñedos ya que las cepas de esta variedad se encuentran entreveradas con otras familias en las mismas parcelas. Abel habla claro y con la misma frescura de sus palabras trabaja las viñas, todas de una belleza increíble, aunque siempre en laderas dificultosas como las comisuras de un labio, en las que no penetra máquina alguna: «Desgraciadamente, a muchos agricultores ahora no hay quien los baje del tractor; yo busco otra cosa que va mucho más allá de la mera rentabilidad. Muchos años mi cosecha puede resumirse en quince barricas... y ahí se ven todas juntas», sonríe mientras se quita de la oreja un poquito de vino reseco, prueba ineludible de que en cada momento escucha la melodía de la fermentación.
ABEL MENDOZA GRACIANO Bodega Abel Mendoza. Zona: San Vicente de la Sonsierra Añada: 2007 Elaboración: Desgranado manual, grano a grano. Fermentación en depósitos pequeños de capacidad de 1.200 kilos de acero inoxidable. 11 días de fermentación y posterior descube a barrica nueva de roble francés, realizando la fermentación maloláctica dentro de la misma. 18 meses en la barrica hasta proceder al embotellado en el mes de abril del 2009.
PRODUCCIÓN CORTA Y MUY EXCELSA Abel Mendoza demuestra su inquietud en el ritmo de sus palabras, ágiles y pausadas al mismo tiempo, y también en la rica panoplia de vinos que elabora sin descanso, como la novedad de 5V blanco. O el monovarietal de malvasía, un tipo de uva que casi desapareció de esta zona por su sensibilidad a la botritis. Abel trabaja cepas de más de medio siglo de antigüedad ubicadas en suelos pobres arcillosos y calcáreos. Comenzó en 1992 y abrió el camino al resto de los monovarietales de una bodega que tiene gran parte de su mercado en el exterior. Otros de sus monovarietales son el de viura o el de garnachas blancas de una parcela de Labastida con cepas de cincuenta años y que fermenta después en barricas nuevas de roble francés en las que permanece cinco meses más sobre su finas lías.
o Este artículo lo publique el año pasado en Diario La Rioja. La foto es de Justo Rodríguez