La extrema delgadez de la Princesa Letizia me ha dejado sin respiración, parece extenuada, agotada, taciturna. No soy monárquico; es más, creo que la República será el futuro de España porque aunque Don Juan Carlos jugó un papel esencial en la Transición, lo lógico es que sea la voluntad popular y no la sangre ni la herencia la que designe el Jefe del Estado de lo que en el futuro vaya quedando de nuestra nación. Sin embargo, al ver a Letizia tan ligera como un suspiro pero tan demacrada como si fuera la princesa del Biafra y no la futura reina de uno de los países del mundo donde mejor se come, me ha dejado ente pensativo y obnubilado. Doña Letizia reafirmó la dulzura de su rostro descargando lo sobresaliente de su tabique nasal en una operación que la Casa Real admitió como una intervención quirúrgica destinada a corregir unos leves problemas respiratorios. Su belleza se reafirmó en la misma medida que iban apareciendo en su cada vez más enjuta anatomía las líneas rectas y duras de un cuerpo sometido a un estrés alimenticio más que evidente. La Princesa, según dicen los que saben de los intríngulis de Palacio, se ha ido reafirmando cada día más en su papel estelar en la representación de la principal autoridad del Estado en todos los sentidos: desde su firmeza y naturalidad en los actos hasta en su estilo a la hora de vestir. Me da rabia que Doña Letizia ande tan demacrada por el mundo, apenas se ve de ella más que su vestido; apenas destacan sus piernas afiladas y sus brazos de estaño. Hoy se conocerán las Estrellas Michelin y hay dos de las mejores en La Rioja. No estaría nada mal que viniera a Daroca o a Ezcaray y comiera como una futura reina se merece.
o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula Mira por dónde.