Llevamos una larguísima temporada asistiendo a todo tipo de desmanes cometidos por nuestros gobernantes en lo que se refiere al trato que se le da al dinero público. España está sembrada de derroche, despilfarro y un gran número de sinvergüenzas que han hecho de su capa un sayo arrastrando al país a una suerte de crispación tan desconocida como desconcertante. No tenía ni idea de lo que la última corporación de Sojuela había soñado para su pueblo, ese afán megalómano que le llevó a despeñar por una ladera la friolera de casi seis millones de euros en una especie de polideportivo fantasmagórico dotado, eso sí, de toda clase de modernidades cosmopolitas y que ahora se ha quedado varado en la orilla miserable de la peor de las corrupciones, la del espíritu. La cosa ésta de Sojuela es la punta del iceberg de una España preñada de nuevos hombres ricos que suponían que del hormigón brotaban los billetes de 500 euros como el acné de la cara de un adolescente. Carlos Cuevas escribió un acertado tweet asombrado por 'lo de Sojuela' y no me quedó más remedio que preguntarle por el pomposo y extravagante aeropuerto de Agoncillo/La Rioja, tan demacrado de aviones, tan triste de pasajeros y tan absolutamente ruinoso como la mayoría de los plantados por Aena con los populares o los socialistas en los azares monclovitas. España ha tirado tanto dinero por la ventana que el ridículo parque de edificios e infraestructuras que nos rodea supone la mejor ejemplificación de la ineptitud de nuestra clase política. A la vez, nos encaramamos a los cinco millones de parados, a las Cajas de Ahorro saqueadas, a la ruina moral y decrépita de un país que se explica por sí mismo con esta cosa de Sojuela a medio hacer e inmensamente inútil. ¿Quién da menos?
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula Mira por dónde.