La corrida concurso ha sido, hasta el momento, la mejor función taurina de la Feria de San Mateo. Es más, yo no podía pensar ni por lo más remoto que la tarde iba a ser tan exitosa y divertida como a la postre resultó. Por eso pido disculpas desde aquí a quien corresponda por mi incredulidad y por ser un periodista con tan poca fe en esta clase de inventos. La verdad es que el toro vencedor, ‘Cachorrero’, de Alcurrucén, fue un canto a las buenas hechuras: cortito de manos, bajo, engatillado de pitones, levemente enmorrillado, con un cuello poderoso, bocidorado y si se me apura, hasta acaramelado de cuerna. Exactamente lo contrario al inmensamente basto astado de Ortigao Costa, el sobrero de Bilbao que salió en cuarto lugar, que además de lucir más leña que el horno de una tahona, tuvo un espíritu más feble que la solvencia financiera del estado griego. Fueron el Ying y el Yang de una tarde en la que pasaron desapercibidos los toros de La Quinta, espectacular en varas, pero totalmente descastado en la muleta, y el anovillado sexto enviado por Ricardo Gallardo, un animalito con una especie de pitoncillos por delante y una cara tan aniñada como lavada. El juampedro que abrió la corrida, sin ser nada del otro mundo, cumplió en el caballo aunque se encogió demasiado pronto en la muleta, y el astado de Juan Luis Fraile fue el menos peleón en varas aunque acabó con una forma de embestir muy especial, caminando en el aire de los saltillos mexicanos. Diego Urdiales e Iván Fandiño lograron los mejores momentos de la tarde. El riojano realizó un ejercicio de sutileza con el primero, al que acarició desde el capote y logró dos series de muletazos con la izquierda llenas de empaque. El vasco se la jugó con el mejor toro de la corrida y se lo pasó muy cerca dictando todas las series con ese valor sin fronteras que luce. Por cierto, la mejor entrada de la feria y sin presuntas figuras anunciadas.
o La foto es de Miguel Pérez-Aradros.
