domingo, 25 de septiembre de 2011

Sinfonía de ‘Chenel’

Pablo Hermoso de Mendoza dio una lección que va mucho más allá de las orejas en una faena que era de rabo

Pablo Hermoso de Mendoza compuso a lomos de ‘Chenel’ una sinfonía descomunal, una obra de arte auténtica, una demostración total y absoluta de las razones por las que la historia lo recordará como el mejor torero a caballo de todos los tiempos, como el creador de un lenguaje único basado en la autenticidad, en el equilibrio de fuerzas, en la distancia justa y precisa para citar al toro sin la más mínima ventaja para llevarlo sometido en unos imaginarios vuelos que en realidad son las anatomías de sus caballos. Y exactamente eso hizo ayer el navarro en una de las actuaciones más prodigiosas de su carrera en Logroño, una verdadera lección de ductilidad y mando, de dulzura para consentir al toro, y de sometimiento para el desarrollo de su lidia en el damero infinito del ruedo: colocación, distancias, conocimiento de las querencias y de que es absolutamente necesario ofrecer el corazón por derecho para arrebatarlo después con guapeza y exactamente en el último suspiro. Y ahí el más grande, Hermoso de Mendoza, cuenta con un aliado memorable: ‘Chenel’, el precioso castaño hijo de ‘Gallo’, el tremendo caballo que ayer se entregó sin medida para hacer diabluras, para acometer el toreo como sólo se ha visto con el jinete navarro: banderillas casi caminando lentamente para llegar al supremo momento de la batida lo más ajustado posible y con la suprema verdad del toreo de frente, galopes de costado ofreciendo el alma para meterse por dentro escamoteando al toro en el último momento su grupa haciéndola invisible; es decir, lo que Domingo Ortega describió como cargar la suerte  al mismísimo Ortega y Gasset en el Ateneo de Madrid, pero montado en un caballo; es decir, torear, sentir como se detiene tiempo, como se saborea la bravura hasta el final, hasta el aliento definitivo del morlaco. Pablo dio una lección que va mucho más allá de las orejas en una faena que era de rabo, una faena memorable y que sólo el descabello apartó al navarro de la Puerta Grande , la misma que saboreó Leonardo Hernández y que se le resiste al calagurritano Sergio Domínguez, que sigue sin superar su particular síndrome con la espada. Leonardo Hernández se metió al público en el bolsillo en dos faenas que fueron de menos a más y que lograron su máxima intensidad en los alardes, las piruetas y las banderillas al violín. Perfecto, pero yo me quedo con ‘Chenel’ su toreo con alma.

o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja.