Tuve una vez la suerte un día de compartir mesa y mantel con Moraíto cuando vino a Logroño a tocarle a Fernando de la Morena. Hablamos de muchas cosas, de Flamenco, claro... Pero lo que recuerdo con más nitidez es la forma en la que amaba el vino, era un experto, un conocedor, un curioso. Y chanelaba una barbaridad. No puedo ahora nada más que recordar su sonido, la gracia que imprimía a su inimitable son de su guitarra. Que Dios lo tenga en su gloria.