jueves, 7 de julio de 2011

VACACIONES CON LA USAF

El tiempo se suele detener dos semanas al año: son las vacaciones. Ayer mismo andaba por una playa jugando al fútbol, remojando la panza y cerrando los ojos bajo las gafas de sol para que ni una pizca de luz osara violar el sueño ensimismado y acariciado por el lejano rumor de las olas, las diatribas de los impacientes niños y esas conversaciones nimias que acogen las sombrillas: «¿Quién dice que es Teddy Bautista?», llegué a oír una toalla más allá. Sin embargo, mientras soñaba que salía por la puerta grande de Madrid tras un faenón de dos orejas en Las Ventas, el rumor de las olas dio paso a un estruendo: «¡Mira papá!», me asaeteó con su garganta mi hijo pequeño: «¡Un avión!». Me quité la montera -el sombreo de paja quiero decir-, erguí torpemente el espinazo, y en lo alto del cielo contemplé una gigantesca aeronave gris de la USAF (United States Air Force) sobrevolando la costa a muy baja altura ante la absoluta indiferencia de los compañeros de playa y mi total perplejidad. Se podían ver hasta las encías de los pilotos, la foto de la novia de uno de ellos, que era de Minessota, y en el culo del cuatrimotor, una rampa desplegada para lanzar paracaidistas. «¡Los tira, ahora los tira!», pensé, ya levantado, con los granitos de arena resbalando entre los pelillos de mis temblorosas piernas. Estoy convencido de que uno de los tripulantes de la nave me saludó con el pulgar mientras se comía un chicle bazoka. Pero no se tiró nadie, por no lanzar, no descargaron ni una pizca de ayuda humanitaria. El avión se perdió perezosamente en el horizonte. Dos minutos después: «¡Otro papá! ¡otro!». Así hasta más de diez aparatos, aunque a lo mejor eran todos el mismo, dando vueltas sin parar por la playa como si los americanos hubieran decidido invadirnos ayer por la mañana.

o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula Mira por dónde.