Un país sin memoria no tiene derecho al futuro; no tiene derecho, si se me apura, ni a mirarse a los ojos. España es una nación desmemoriada, olvidadiza, frágil, anestesiada hasta límites que no paran de acongojarme. Se acaban de cumplir catorce años de uno de los asesinatos más crueles de ETA, el de Miguel Ángel Blanco, y la banda criminal ha elegido la misma fecha para dar carta de naturaleza a Bildu y a todo ese sectarismo brutal que rodea el nacionalismo vasco y su conflicto con expresiones como «búsqueda de la paz» o «profundización en el camino emprendido». ETA calcula cada paso y selecciona el momento de cada uno de sus 'comunicados' atendiendo a la premisa máxima de cuanto más dolor, mejor. Hace catorce años España se quedó paralizada con la imagen destruida de Ortega Lara en su liberación: parecía un preso de Auschwitz. Semanas después secuestraron a Miguel Ángel Blanco para matarlo como a un conejo a sabiendas de que el Gobierno de Aznar no iba a ceder un milímetro a su chantaje. Lo capturaron para asesinarlo a cuentagotas. Nunca he escuchado ni un miserable perdón, ni el más mínimo atisbo de remordimiento. ¿Por qué hablan de reconciliación? Ellos son los asesinos; aquí no hay más víctimas que las víctimas. Y no hay más sicarios que ETA y los que la protegen, alientan o apoyan. Aquellos días pensé que las cosas iban a cambiar porque habían perdido la calle y porque España era un clamor. Pero el espíritu de Ermua duró hasta que Arzalluz, el PNV y EA se aliaron con ETA en Lizarra para que todo volviera a ser como antes. Ya nadie se acuerda de casi nada, de tantas sucias mentiras, de tanta impostura y de tanto cálculo partidista. Pero las víctimas no olvidan, y a muchos españoles tampoco se nos va de la cabeza la imagen del Miguel Ángel herido de muerte en un bosque de Lasarte.
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula Mira por dónde.