Ea es un pequeño pueblecito de la costa vizcaína, una pintoresca villa marinera con apenas dos o tres callecitas que discurren paralelas a una ría que a su vez divide el pueblo en dos, con sus respectivas anteiglesias originarias de las aldeas de Beradona, Ereño y Nachitua. Las casas de Ea permanecen abiertas, en los balcones hay flores y en los días soleados es un placer asomarse a su playa y dejarse rozar la piel por la brisa templada del imponente Cantábrico del que se protege la desembocadura con dos recios espigones. Ea es una belleza pero me dio miedo. El pasado sábado, día en el que se constituían los ayuntamientos, el azar me dejó caer por allí como un turista atribulado, con mi sombrerito de paja, mi toalla y mis sandalias. Entre los balcones aparecían esas banderitas de los presos vascos a casa (euskal presoak etxera) mil veces repetidas por cualquier rincón imaginable: bancos, farolas, ventanas, bajadas de aguas, papeleras, contendores, peldaños, pasamanos... La gente paseaba, era día de fiesta, y todos y cada uno de los vecinos lucían la susodicha pegatina en camisas, camisolas, torsos desnudos, pantalonetas, txapelas, baberos de niños y carritos de bebé. Empecé a sentir una presión insoportable. Nadie me miraba a pesar de la pinta que llevaba, pero empecé a sentir a ETA y su totalitarismo intelectual como un aliento irrespirable. ¿Podría alguien como yo vivir en un sitio así?, pensé mientras veía a mis hijos corretear por las calles de tan hermoso pueblo a sabiendas de que la disidencia se castigaba con la muerte social de cualquier voz que ose cuestionar las verdad instalada en el ideario único nacionalista. En EA el 97% del censó votó a Bildu y al PNV, la suma de votos del PP y el PSOE apenas llegó al 0,57%. Unos héroes sus tres votantes socialistas y el solitario del Partido Popular.
o Este artículo lo he publicado en
Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula
Mira por dónde.
