Foto: Carmelo Bayo |
Importante faena del riojano ante una deslucida corrida de Adelaida Rodríguez a las puertas de Burdeos
A veces explicar en qué consiste el toreo resulta una tarea ociosa. Torear, para que se sepa, es adelantar la muleta, sentirla con la yema de los dedos, echar los vuelos y coser la embestida a los flecos finales de la pañosa para llevar al toro a ese lugar que en el que suelen crujir las aficiones porque toreando así se acelera el corazón, se producen raras convulsiones y finalmente se agita el alma. Ayer, Diego Urdiales, en la calurosa plaza de La Brède, estuvo a punto de lograr ese paraíso en su primer toro en una faena medida y mecida, labrada con un inicio primoroso por alto en el que logró dos trincherazos de cartel ligados con un pase de pecho largo y profundo que presagió una faena de cante grande. Pero el toro, hondo y un tanto encogido, no tenía en su corazón más que medias arrancadas y Diego logró entenderlo en una faena de exposición, en una labor esculpida a base de una colocación envidiable en la que no le quedó más remedio que acariciar al toro para ayudarle a acercarse con su peculiar embestida adonde no quería -ni podía- llegar. Pero le dio igual al arnedano y sacó en ese momento el fabuloso arsenal técnico que posee. El medio pecho por delante, colocación perfecta en el pitón contrario, la distancia precisa... Y la faena comenzó a surgir como por ensalmo. Primero a media altura y sin obligar, y al final, ya por abajo, rematar las tandas y obtener un fajo de muletazos hondos que calaron definitivamente en la afición francesa, más preocupada por la continuidad que por el verdadero toreo. Exactamente lo contrario a lo que había hecho Diego Urdiales hizo el local Julien Lescarret en el único toro realmente bueno de la corrida, el sexto, el más bello a pesar del bulto que tenía en la badana. Se vivió en La Brède un milagro realmente llamativo: dos orejas sin dar un muletazo a derechas, sin ligar dos lances, sin parar quieto ni una sola vez. Pero Lescarret era de casa y tuvo la diosa fortuna de cara a pesar de que su actuación hubiera sido silenciada en cualquier otra plaza del mundo. El segundo toro del lote de Diego Urdiales fue muy deslucido: un animal con presencia y cuajo que no le permitió al torero riojano redondear la importante faena lograda con el primer astado. Sin embargo, el cartel del arnedano sale de nuevo reforzado de Francia, una tierra en la que va dejando en cada corrida ese sentido del toreo que posee y que ya le espera para la gran corrida de la próxima feria de Dax ante toros de Victorino Martín.
o Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja; la foto es de Carmelo Bayo.