Reconozco que la música de Russian Red me apoca un poco la calva. Los arabescos mil veces repetidos de Lourdes Hernández, su voz sutil y frágil, me dan sólo para tres o cuatro canciones seguidas porque a partir de ese momento me empiezo a poner lánguido y un pelín conspicuo con tanto caramelo indie, con tanta candidez; en fin, ¡que no puedo con la frescura! Pero a pesar de que me interese más bien poco su último disco, me he quedado patidifuso con el lío que se ha montado al explicar la cantante que su sensibilidad ideológica se escoraba hacia el conservadurismo. Lo contó en un cuestionario de Mari Claire, por lo visto la revista de pensamiento político más influyente de los últimos años: «Si me tengo que decantar, derechas», dijo exactamente. A partir de ahí, la marabunta de descalificaciones. Otro cantante, Nacho Vegas, incluso, ha llegado a decir al calor del posicionamiento de Russian Red que no puede «evitar pensar que cualquiera que se declare de derechas ha de ser un cretino o un cabrón. O un potentado».
Yo, que siempre he sido un poco ácrata, un poco torero y que me suelen tildar de pepero y/o facha cuando sostengo que el zapatarerismo es peor que una plaga, no tengo ningún reparo en colocarme con Lourdes Hernández -que eligió el nombre de Russian Red porque era el de un pintalabios que le molaba y le sonaba bien- y declararme cretino y cabrón, sin evitar pensar otra cosa a pesar de que me encantaría ser antes que nada potentado, como esa izquierda impostada, rica, divina e inalcanzable que nos gobierna desde la solidaridad más absoluta con su porvenir, que no con el nuestro, el de los cabrones y cretinos que somos de derechas porque nos resbala tanta progresía sutil, tanto rojo con moqueta.
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula Mira por dónde.