Muchos periodistas andan fascinados con la dialéctica que ha esgrimido José Bono en su reciente viaje a La Rioja para apoyar las candidaturas de Martínez Aldama y Tomás Santos. El presidente del Congreso de los Diputados es un tipo simpático, bregado en mil batallas (ojo, y creo que mucho más inteligente que Rubalcaba) que cuando lo cree apropiado enfatiza su peculiar acento de la estepa manchega para caer simpático a sus audiencias, amén de que no tiene el más mínimo reparo en blandir su condición de hijo de falangista y católico practicante (pero de izquierdas) para situarse por encima de las «señoras de comunión diaria» de las que habla en sus deliciosas anecdotillas con las que decora sus encuentros con los periodistas. Piensa Bono de sí mismo que es el católico -rojillo, sin exageraciones- que cae bien aunque no haga nada. Pero hace y mucho. Optó en su momento por la Secretaría General de su partido pero fue barrido por un Zapatero que lo colocó después como ministro de Defensa. Cuando se aburrió de la milicia (lógico, siendo un pacifista) se puso al frente del Congreso al mismo tiempo que 'Público' nos ilustraba con el sorprendente crecimiento de su patrimonio inmobiliario, valorado, como mínimo, en seis millones de euros. Ha tenido negocios al alimón con 'El Pocero' y con su mujer, representante de la firma de joyas Tous, fundó Hípica Almenara, una empresa patrocinada ni más ni menos que por Porcelanosa, Santander, Coca-Cola y Endesa y que, tal y como publicó El País, en los últimos cuatro años ha reportado a Bono y su familia unos beneficios de 1.258.000 euros. Bono es grandioso, divertido, hasta sentimental, pero es uno de esos políticos que no se han bajado del coche oficial en su vida y que a la vez se han hecho inmensamente ricos.
o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula Mira por dónde.