El colombiano conmocionó el toreo al lograr cuatro salidas consecutivas por la Puerta Grande
César Rincón, el gran maestro colombiano, pasó en un día de ser casi un desconocido a situarse en la cúspide del toreo tras lograr cuatro puertas grandes de Madrid consecutivas, hito que nadie había logrado antes y que se antoja casi imposible que se vuelva a repetir. El acontecimiento se produjo el 21 de mayo de 1991, en una corrida de San Isidro en la que cuajó de forma majestuosa un bravo toro de Baltasar Ibán. «César Rincón había iniciado su ascensión a los cielos -relataba Joaquín Vidal- cuando se echó la muleta a la izquierda y el toro, un serio, fiero, encastado toro, pretendió arrebatársela pegando una arrancada temible.
En aquel momento crucial se estaba dilucidando una cuestión de soberanía: o mandaba el torero, o mandaba el toro. Y el torero, en un instante de inspiración que quizá vaya a cambiar el rumbo de su vida, decidió tirar del toro hasta el centro del redondel, citarle allí de nuevo, y llevarle sometido en una tanda de naturales, que pusieron la plaza boca abajo y el toreo en la cumbre. Entonces se le entregó el toro y el triunfo ya fue suyo para siempre jamás».
Y resultó premonitoria aquella fantástica crónica del maestro Joaquín Vidal porque sus tres siguientes corridas en Las Ventas se saldaron con sendas puertas grandes. Lo nunca visto, la locura y el frenesí en un hombre, que sin nadie saberlo, luchaba contra una hepatitis que le estaba minando.
El diestro colombiano contrajo esta enfermedad tras recibir una transfusión contaminada después de recibir una gravísima cornada en Palmira: «En la plaza me exploraron, luego me llevaron a la clínica y me cortaron la arteria femoral; allí es donde realmente me salvaron la vida. Más tarde tuvieron que trasladarme a Cali porque sufrí una gran infección en la pierna que casi obliga a los médicos a amputármela. Al hacerme varias transfusiones, en una de ellas debieron de contagiarme». César Rincón conmocionó la tauromaquia desde sus propios cimientos: colocación, distancias, terrenos y quietud. Y el público de España y Francia se encendió con un estilo al que siempre ha sido absolutamente fiel.
La tercera puerta grande la logró César en la corrida de Beneficencia, en la que cortó tres orejas y triunfó con Ortega Cano tras desorejar astados de Samuel Flores. Se despidió de aquella temporada regresando a Las Ventas en la Feria de Otoño, cortó una oreja a un toro de Sepúlveda y otra a un sobrero de Moura dificultosísimo. La faena fue un pulso entre el diestro y el toro y la plaza se volvió a rendir ante la fuerza y el honor de un torero irrepetible.
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja; la foto es de EFE