2º.- Nº 5, Corchito, negro chorreado, 543, 11/05 |
El sexto de la tarde se llamaba ‘Delicioso’; era largo como un tren, cinqueño, esbelto, espigado, de proa a popa parecía no acabarse nunca y, además, lucía dos puñales tan infinitos que cuando se encampanó de salida en el anillo mismo de Las Ventas, la plaza toda lo recibió con un verdadero clamor de admiración ante su imponente belleza, ante su prestancia, ante un trapío que recordaba aquellas viejas estampas de La Lidia que colecciona sin rubor su ganadero, el riojano Antonio Briones, que volvía a Las Ventas en una corrida de máxima expectación.
¡Dónde están los toreros! ¡A mí los toreros! Parecía decir el impresionante morlaco venteando el aire de Madrid a sabiendas de que en su testuz se cobijaban todos los miedos, todos los malos sueños que puede concebir un torero. Y le tocó a Iván Fandiño, un diestro de Bilbao, un matador de acero puro que ni dudó ni un segundo en jugarse la vida ante él como si no le aguardara más porvenir que este toro, que esta corrida. ‘Delicioso’, sin embargo, no fue bravo, ni mucho menos, pero vendió cara su piel desde el primer encuentro con el caballo hasta que dobló a los pies de Iván después de una de esas faenas en las que o tragas saliva, o mueres. No había otra porque el diestro vizcaíno había llegado a Madrid con la hierba en la boca, con el deseo infinito de hacerse un hueco en este proceloso mar de toros y toreros donde las injusticias claman cuando se ve tanto figurín en lugares mucho más cómodos en los carteles.
Hubo un momento crucial en la lidia. A la salida del primer puyazo, ‘Delicioso’ enterró sus pitones en la arena y se pegó una costalada brutal. Ahí cambió el toro y lo pudo comprobar ‘El Fundi’ en un intento de quite en el que no fue capaz de endilgar ni un solo lance. Pero salió Fandiño al ruedo, se lo sacó al terció y se echó la muletita a la mano izquierda para ensayar el natural. El morlaco de Carriquiri apenas le regaló una embestida: todo en él era brusquedad, desafío, huida hacia delante. Pero Fandiño se puso con él como si fuera un Juan Pedro y a base de una colocación heroica y un valor a prueba de cualquier tarascada, fue capaz de labrar una faena en el mismo filo de la navaja. La plaza dio importancia a su disposición por la impresionante fachada del toro, por su catadura reservona y porque en Madrid, cuando un torero sale así al ruedo las cosas se entienden a la primera, sin nadie que te explique el valor que hay que echar para ponerse como se puso ante un astado de tal envergadura. Se tiró a matar por derecho, logró una gran estocada y la oreja le tuvo que saber a gloria.
Corchito, un gran toro
Sin embargo, el mejo toro de la variada corrida de Carriquiri fue el segundo, que le correspondió en suerte a Fernando Robleño. Era chorreao, muy bien puesto de pitones y con ese punto de arremangado en la arboladura que tanta seriedad imprime en su estampa. ‘Corchero’ era hijo de una vaca de origen ‘Alcurrucén’, y probablemente familia de un toro de esta divisa con el que José Tomás logró en 1997 una de sus legendarias faenas en este coso. Y como a la genética no le dio por fallar, el toro de Briones fue a más en una lidia un tanto aguerrida derrochando un importante fajo de embestidas –sobre todo por el pitón derecho- que Fernando Robleño no fue capaz de entender. El toro repetía cuando no le dudaban y el torero de Madrid, valiente y aguerrido, no fue capaz de aguantar en el segundo muletazo de cada serie para lograr conjugar la ligazón necesaria para que la faena tomara vuelo. ‘Corchero’ fue, de largo, el toro más completo del envío de Antonio Briones, un toro que en otras manos hubiera sido de oreja definitivamente. El primero de la tarde, de nombre ‘Letrado’, fue una verdadera belleza: hondo, un punto suelto de carnes, estrecho de sienes y bellísimamente berrendo en negro. Su lámina también recordaba a los libros de la biblioteca de Carriquiri. Sin embargo, y aunque acudía pronto a los cites –su mejor virtud- le faltó entrega tanto en el caballo como cuando el maestro ‘Fundi’, horriblemente vestido, por cierto, le ponía la muleta en los belfos. El toro peor de la corrida fue el tercero. Su encornadura abierta y su altiricón porte no podía presagiar nada bueno. Se rebotó de caballo en caballo en la suerte de varas y sólo la estocada a ley de Iván Fandiño merece la pena resaltar de su triste paso por Las Ventas.
Hubo dos toros que tampoco valieron gran cosa: el segundo de Robleño, un animal sardo y bello pero manso y descastado. El toro no tenía malas intenciones y aunque no humillaba seguía la muleta como un borrego, sin peligro pero sin apenas emoción. El cuarto, además de lucir una cuerna bizca, se comportó como un mentirosillo: parecía seguir la muleta pero no se entregó nunca en los chismes de ‘El Fundi’, que se lo sacó a los medios para porfiar con él con la muleta en la mano izquierda. Hubo un sector de la plaza que pudo entender que el toro era mejor de lo que parecía, pero la realidad es que dentro de él no habitaba más que mansedumbre y falta de celo.
o Plaza de toros de Las Ventas (Madrid). Corrida Goyesca del Dos de Mayo. Tres cuartos de entrada. Toros de Carriquiri, con cuajo, variedad de pelaje y desigual comportamiento 1º, pronto y reservón. 2º, encastado y con nobleza. 3º, mansito y a menos. 4º con poco fondo, aunque con motor. 5º soso. 6º, bronco y muy dificultoso. Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja