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Foto: Manuel Francisco Pérez Pérez |
En apenas unos días se cumplirá un año desde que el toro Navegante, de la ganadería De Santiago, propinara una brutal cornada a José Tomás en el coso de Aguascalientes. Todos los indicadores periodísticos y rumorológicos apuntan a que el maestro está a punto de anunciar su regreso a los ruedos tras una recuperación dura, durísima, en la que volvió a ser operado para liberar diferentes paquetes nerviosos de la pierna izquierda. No sé cómo explicarles el vacío que siento como ser humano y aficionado ante su ausencia. Es cierto que hay otros diestros, varios de ellos excelentes, pero el de Galapagar marca diferencias con todos y cada uno de los demás compañeros por el compromiso radical (en su sentido etimológico) que ha adquirido con la esencia de lo que significa ser torero, con la rebeldía intrínseca que supone ser dueño de su vida para ejercer la libertad como casi ningún otro hombre es capaz de hacerlo. José Tomás es un tipo misterioso, vive alejado de los focos, pero demuestra su compromiso social con el desarrollo de una fundación que lleva su nombre y que él financia, en la que a través de distintas iniciativas se compromete contra la violencia de género, apoya a estudiantes mexicanos con diferentes becas o se involucra en el estudio de lo que significó la Constitución de 1812. Pero no se me olvida ni por un segundo de cada día de mi vida que José Tomás adquiere en cada corrida un compromiso brutal, asume un destino implacable, vive el toreo en cada lance como si el tiempo mismo se fuera a detener. De ahí su grandeza mítica y legendaria, de ahí que muchos chalados –como el arribafirmante– contemos con ansia infinita los segundos que quedan hasta su regreso como si nos fuera la misma vida en ello.
o Este artículo lo he publicado hoy en
Diario LA RIOJA en una sección que sale los jueves y que se titula
Mira por dónde. La
impresionante imagen que lo ilustra es obra de
Manuel Francisco Pérez Pérez y la he encontrado en la web
El ojo del fotógrafo.