Foto: Carmelo Bayo |
'El Juli' y Miguel Ángel Perera salieron por la puerta grande en una tarde triunfal en la que se cortaron ocho orejas y se llenó la plaza
Arnedo fue ayer una fiesta, una reivindicación absoluta y cabal del toreo como centro de atención de una ciudad que está volcada con la fiesta y que ayer gozó de seis grandes matadores llenando el moderno (y singularísimo coso) y disfrutando después de una tarde un tanto triunfal en la que Julián López 'El Juli' sentó cátedra, Perera derrochó valor y Diego Urdiales exprimió al sobrero de regalo en una actuación que constituyó por sí misma un paradigma de técnica y gusto con la muleta; resulta complicado torear con más primor a un toro con menos alma. 'El Juli' abrió la función con una excelente faena en la que puso de relieve su extraordinario momento, su increíble afán de superación y el desmesurado arsenal de técnica que hacen de él un torero tan eficaz como sorprendente. El toro de Santiago Domecq, que a la postre derrochó nobleza, le dejó estirarse por ambos pitones llevando la embestida cosidita a los flecos de la muleta, sobre todo al natural, en la que se diría que fue capaz de acariciar a la res incitandola a embestir sin un ademán de más, sin un aspaviento para la galería. Un contundente estoconazo -pelín trasero- le puso las dos orejas en la mano cuando la corrida no había hecho nada más que comenzar.
A Perera le faltó ajuste
Perera acompañó a 'El Juli' por la puerta grande con otras dos orejas pero de muy diferente calado. El diestro de la Puebla del Prior derrochó ese valor impresionante que tiene desde el principio con el capote y hasta el final cuando se montó literalmente en un murube de muy poca alma y menos trapío. El arrimón final fue impresionante pero a la faena le sobró mecanicismo y le faltó ajuste. El torero extremeño comenzó con su habituales pases cambiados pero ni al natural ni en redondo fue capaz de romperse a torear como merecía la bondadosa res. Dos orejas facilonas tras una faena demasiado liviana para un matador que hace dos años era capaz de torear con mucha más profundidad, con más asiento y con otro sabor en el que destacaba menos su actual rigor técnico.
Urdiales, torear para el toro
Diego Urdiales vivió una tarde agridulce, y tras la impotencia que le provocó el descastadísmo torrestrella seleccionado para el evento, optó por regalar un toro más, esto es, uno de Guadalmena que no tuvo el suficiente fuelle para repetirle con arrancadas de verdad en la muleta pero al que entendió en una de esas faenas de regusto para los paladares más refinados del toreo. Todo lo que hizo Diego fue para el toro, desde el planteamiento inicial de la obra hasta el juego de alturas con la muleta para hacer que la embestida fuera un poco más allá, ni un toque de más, ni una duda... todo para el toro para obtener después los mejores naturales de la corrida a pesar de que el animal no tuvo la generosidad de repetir para lograr el milagro de la ligazón. El riojano se pudo resarcir así del desencuentro con el astado titular, un animal de Torrestrella que embestía sin entrega y con el que quizás Diego se pasó de intentarlo por la izquierda, ya que en único pitón medio potable era el derecho, del que sacó los mejores momentos de su faena.
Cayetano, faena sin estructura
Cayetano causó verdadero furor en los tendidos sin abrirse de capote. Se le recibió con verdadera locura a pesar de la extrema fealdad del toro que se trajo al Arnedo Arena: altiricón, basto de hechuras y bizco. Sin embargo, al animalito le dio por embestir con extrema dulzura y el jaleado torero construyó una faena sin estructura, una labor rara que comenzó de rodillas y en la que fue amontonando las tandas con desigual fortuna. Mató recibiendo y la plaza solicitó con fuerza una segunda oreja que el palco negó en un ejercicio de afortunada mesura.
Manzanares y Talavante, como de puntillas
José María Manzanares y Alejandro Talavante cortaron una oreja cada uno después de dos faenas en las que faltó un punto de compromiso. Al alicantino se le vio espeso con un toro brusco en la muleta que no humillaba mucho pero en el que optó por los toques muy fuertes. Talavante, por su parte, tampoco apostó por un bóvido bicorne de preciosa aunque terciada estampa, que embestía sin descanso y con el que no se encontró nunca a gusto. No le bajó la mano y la faena se diluyó demasiado pronto. (Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja).