Mariana de Cádiz trajo el jueves al Salón de Columnas del Teatro Bretón multitud de recuerdos y aromas de la Tacita de Plata y muchos de sus míticos protagonistas de nuestro imaginario cantaor, de aquellos semidioses del arte flamenco gaditano que tantas veces arrastró hasta el mar de la memoria riojana el añorado maestro Chano Lobato: Aurelio Sellés, Ignacio Ezpeleta, su perrillo, Pericón el embustero, El Mellizo con sus orejas panorámicas, o el faro fenicio hundido en las aguas de la bahía que pescó un amigo suyo -creo que El Morcilla- encendido y tó. Mariana Cornejo cantó largo, mecidita la voz que arañaba sus entrañas para lograr por el sendero de la fiesta –tangos, tanguillos, bulerías, cantiñas y chuflillas– los mejores momentos de una noche que fue ganando en intensidad a medida de que la simpatiquísima cantaora iba amoldando su garganta al peso de la actuación, al compás medido de la exigencia de un público dulce y cariñoso que al final despidió puesto en pie su entrega, su arrojo y el ardor guerrero que derrochó en toda la actuación. Algunos aficionados me dijeron al acabar el concierto que la noche había tenido algunos claroscuros. Puede ser porque Mariana es una cantaora del tonos altos y en esos tercios que se dicen por abajo su voz no aflora con la energía que lo hace cuando se pone farruca, enérgica y geniuda tal y como lo hizo por bulería o en el remate de la bellísima soleá en la que Antonio Carrión sostuvo con una pulsación extrema cada compás como si su guitarra fuera un puente atirantado de formidable arquitectura. Hubo claroscuros; sin duda, porque en la vida las imperfecciones son parte crucial de nuestra existencia y por eso prefiero detenerme en el pedazo de concierto que se marcó Antonio Carrión, que además de ofrecer su arte por doquier, estuvo generoso en extremo con falsetas maravillosas, impresionantes juguetes y en el armazón de un concierto que tuvo en su guitarra uno de los más sólidos puntos de su gran éxito. Pero Mariana no quiso rendirse nunca, y hasta atacó una siguiriya en la que dejó momentos delicadísimos, aunque los cantes marcados por el compás es donde navega con el viento de poniente y la sal de Cádiz, la misma sal que tantas veces nos dejó Chano Lobato como un prodigio de ternura, con esa sensibilidad preclara de los hombres que como él no malgastaban su talento en zaherir a los demás, sino a hacer felices a cuantos se dejaran susurrar al oído alguno de sus embustes.
o Cante: Mariana de Cádiz. Toque: Antonio Carrión. Compás: Diego Montoya y Concha Carrión. Salón de Columnas, del Teatro Bretón: lleno. Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja.