Si Elsa Punset y Cocacola se dedican últimamente a darnos consejos para ser felices, es porque la felicidad tiene que ser algo execrable y nauseabundo, un dogma de fe para “rectas conciencias de yerto corazón” –que decía Saavedra y Fajardo. Ciertamente, si bien encontramos muchas veces la palabra “felicidad” en contextos literarios, hablar de ella en conversaciones cotidianas avergüenza por cursi: por algo será; y no olvidemos que la cursilería es, tal y como aprendí gracias a Delgado de la Cámara, mera degeneración de la sensibilidad. Sorprende pues, poder sortear todavía las añagazas de la propaganda y caer de pie allí donde se canta al amor. Yo tuve esa suerte el pasado 9 de Febrero, cuando asistí a la presentación del libro “Santísima Trinidad: flamenco, toros y vino”, del escritor logroñés Pablo García-Mancha, en el Centro Riojano de Madrid. Que yo recuerde, en ningún momento se habló de la felicidad, ni fui feliz, ni nadie me prometió serlo algún día –si así hubiera sido, hubiera abandonado la sala de inmediato: allí lo que hubo fue un señor que, desgranando su pasión, nos hizo salivar a los despiertos. ¿Cabía soñar con algo mejor? Teníamos ante nosotros –ojo al dato- ¡a un aficionado! Ya lo dijo Ortega y Gasset: ser aficionado es el rango superior en cualquier escalafón. Para mayor gloria nuestra, el orador era aficionado al cante, al vino y a los Toros, tres campos del gusto valiente que siempre nos acercan a lo mismo, nunca de forma igual; tres campos donde los matices son los azulejos de su alicatado. Diego Urdiales, matador de toros que estaba sentado a la izquierda del conferenciante, agradeció a éste el que, al rehílo de su susurrante voz, sintiéramos como nuestra alma se iba alimentando; ¿de Felicidad? ¿de Futuro? ¿de ideas originales para cambiar el mundo? No, señores: de intensidades. El amor de Pablo García-Mancha es intenso, y por termodinámica de fluídos, consiguió calentar nuestro vacío regalándonos pasión desbordante. Pablo tiene esa virtud que “hace regalos”, que tanto alegraba a Nietzsche. Refleja la grandeza de las cosas en sí mismo, ejerciendo de caja de resonancia para que gocemos con él de las plenitudes más inmanentes.
El Jorgísimo me confesó que había asistido a esta presentación “por Amor”; muy acertadamente, por cierto, ya que el que allí fue, fue a buscar el amor: el amor a las cosas mismas, el amor superficial. Pues hay que recordar que la superficie está muy mal vista, pero ¿hay algo más allá de ella? ¿Es necesario seguir cavando la tierra? Que yo sepa, las lechugas se recogen del suelo, no de la astenosfera.
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El Jorgísimo me confesó que había asistido a esta presentación “por Amor”; muy acertadamente, por cierto, ya que el que allí fue, fue a buscar el amor: el amor a las cosas mismas, el amor superficial. Pues hay que recordar que la superficie está muy mal vista, pero ¿hay algo más allá de ella? ¿Es necesario seguir cavando la tierra? Que yo sepa, las lechugas se recogen del suelo, no de la astenosfera.
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