Me dijo el miércoles Pansequito que en el flamenco por muchas academias que existan, por mucha técnica que utilicen los cantaores, por muchos estudios que emprendan, existe una cosa que tiene que brotar desde lo más adentro del artista y que nadie, absolutamente nadie, la puede enseñar. Esa cosa, sin duda, era el alma, los famosos e insondables ventiún gramos donde anidan cuestiones inexplicables, asuntos que turban la razón, que la sobrevuelan y que la superan. Y Pansequito, el jueves, ante una afición que se deslizó en el concierto con mesura, fue arrebatando al personal con una estrategia única: el cante flamenco sin tapujos dictado a golpes de corazón; es decir, la misma alma con la que hizo una taranta sencillamente memorable por su dulzura, por ese rebuscar el sentido rítmico del compás en cada respiración para ir contagiando a los aficionados de ese peculiar atavismo que posee el flamenco para embriagar con su magnífico porte de águila imperial. Panseco, como le llaman sus partidarios, comenzó por alegrías solemnes, sin darse coba después en una soleá larga, kilómetrica que puso a prueba a una afición demasiado acostumbrada a cantes mucho más cortos que pasan como un suspiro y que apenas dejan comprobar el ánimo de la flamencura y los recursos melódicos disponibles. En el concierto del jueves sucedió exactamente todo lo contrario, ya que hasta la siguiriya se extendió mucho más de lo acostumbrado en estos lares para alborozo de un público que se fue calentando a medida de que Pansequito iba sintiendo cómo le devolvían con olés y largas ovaciones ese derroche de entrega que dejó desde el primer tercio, desde la inicial respiración sobre el escenario.
La taranta supuso un punto de inflexión en la noche porque el cantaor de la Línea se desmelenó por derecho y la emoción cantaora penetró definitivamente en nuestras epidermis, al igual que unos tientos magnifícos que al final se fueron por tangos rememorando ese quejido envolvente de Pepe Pinto, de Pastora Pavón y de Manolo Caracol. Hizo fandangos trepidantes, bulerías finales de asomobroso compás y terminó con su novia morena de Andalucía sabiendo que su actuación había sido un verdadero primor en este invierno de fríos y escabechinas.
o Jueves Flamencos del Teatro Bretón de Logroño. Cante: José Cortés Jiménez, ‘Pansequito’ Toque: Manuel Parrilla. Lugar: Salón de Columnas del Teatro Bretón (lleno). Jueves, 17 de febrero de 2011. (Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja).