El tango de Diego El Cigala abarrota Riojafórum en un concierto que se pasó en un suspiro pero al que le faltó la emoción de las grandes noches
Es difícil explicar cómo un gran concierto, cuajado de músicos extraordinarios y de un ramillete de canciones excepcionales, no tuvo el suficiente cuajo para que el público que abarrotó Riojafórum no saliera encandilado por esas aventuras formales –quizás demasiado formales– entre el alma flamenca de Dieguito El Cigala, más reguapo que un pincel con su elegantísimo traje corte-armani, y el trepidante sonido latin jazz donde afloraba por momentos el rumor de un tango y la guitarra honda de Diego del Morao, aunque rara y lejana en sus sonidos demasiado metálicos y un punto espesos a pesar de las múltiples escaramuzas que mantuvo con los técnicos desde el minuto uno de la actuación hasta que terminó mano a mano con el Cigala para despedir la función con un brevísimo guiño a la flamencura por los tangos de La Niña de los Peines y su inmortal Gurugú. ‘Lágrimas Negras’ fue un disco excepcional, una obra maestra que supuso un auténtico descubrimiento, un viaje iniciático: jaleo y compás, Paquito D’Rivera, Jerry González y los piratas del flamenco, Nueva York, la Habana y Cádiz; el Rastro de Madrid, Alcalá de Guadaira, Camagüey... Todo ello conjugado con la tímbrica y poderosa voz de Diego El Cigala y el piano misterioso y brutal de Bebo Valdés: compás y son, punto y aparte. Dos artistas que conjugaron el ritmo de muchos amaneceres: los de los reservados de Madrid y los de los clubs de la Calle 42, los de la caña de azúcar y los de los que corrían delante de los jundunares pasando tabaco por la raya de Portugal a Huelva. Los negros y los gitanos, como aquella canción del Bongó de Nicolás Guillén que tan singularmente cantó Enrique Morente con el Niño Josele en un estudio de grabación en Nueva York y que corre por Youtube, de ordenador en ordenador, como la falsa moneda. Sin embargo, este ‘Cigala & Tango’, bien resuelto en sus composiciones y arreglos, prosigue las veredas abiertas por las negras lágrimas pero carece del soporte musical de éstas: las canciones son buenas, alguna sensacional como ‘Nostalgia’ o ‘Alfonsina y el mar’, pero no llegan a la contundencia armónica ni musical de aquella aventura colosal que revolucionó el flamenco, el jazz y la vida misma de un Diego El Cigala, mucho más resuelto ahora que antaño, más artista porque lo llena todo, pero a la vez más previsible en sus giros y más monótono en sus lamentos, a pesar de su voz de marfil. ‘Youkali’ es un tango en tono de habanera que suena un punto peruano, como la milonga de los Hermanos –preciosa–, o esa belleza de ‘El día que me quieras’. Diego El Cigala también coqueteó con la copla, con el flamenco, con un abanico imponente de espacios musicales sin ahondar quizás en ninguno de ellos, hasta que llegó el éxtasis de sus oscuras lágrimas pedidas casi por aclamación desde un afectuoso y entregado patio de butacas. Fue una pena no poder escuchar como se merecía a Diego del Morao, un guitarrista de Jerez que acaba de grabar ‘Orate’, un gran disco, pero que se perdía en ocasiones entre la lujuria de la banda y cuando sonó en solitario no terminó de encontrar el temple de sonido suficiente para entusiasmar. El cubano Yesli Heredia encandiló con el contrabajo en una actuación esencialmente rítmica y Jaime Calabuig ‘Jumitus’, al piano, nos devolvió a la esencia de ese sonido trepidante que le dan a los teclados estos hombrecillos increíbles de las Antillas.
o El concierto: Voz. Diego El Cigala. Grupo. Jaime Calabuig ‘Jumitus’ (piano), Yesly Heredia (contrabajo), Diego del Morao (guitarra), Diego Sánchez (violonchelo) y Sabu Suárez (percusión). Lugar. Auditorio de Riojafórum (lleno). Sábado, 26 de febrero de 2011. Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja; la foto es de Jonathan Herreros.