Una penosa corrida del Puerto de San Lorenzo arruina la última tarde de Diego Urdiales en Madrid
Lo peor de la lamentable corrida de El Puerto de San Lorenzo de ayer en Las Ventas es la cara que se te queda; mejor dicho, la que se le quedó a Diego Urdiales tras haber pasaportado ocho toros en esta plaza en las cuatro ferias de esta temporada y no haberle dado ninguno la más mínima opción de triunfo, si exceptuamos, a fuerza de generosidad con el género Bos Taurus, el primero de la corrida del Dos de Mayo, al que tras cuajarlo al natural y endilgarle un soberbio espadazo en la yema, le dio por no morirse. A partir de ahí, siete agonías, siete camelos con cuernos, siete sinsabores repetidos como una letanía para un torero que de una vez por todas merece ese pelín de suerte necesario y crucial para abrirse camino en un mar tan proceloso como es este dificilísimo mundo de los toros, de los toreros y de las empresas taurinas. Pero no, corazón. Parece que su sino es inapelable, que le haya mirado un tuerto o que una conspiración interestelar se haya confabulado para que torear en Madrid sea sinónimo para el diestro arnedano de auténtica desesperación, de impotencia, de perversidad en forma de lotes. Por si todo esto fuera poco, los dos toros que sorteó ayer fueron protestados desde que salieron por chiqueros. Al primero por tener cara de novillo y al segundo, por estrecho, que no de sienes, ya que lucía dos puñales astifinos, y descaradamente abiertos, coronados por una mansedumbre infinita. Diego, a decir verdad y para que se sepa, se puso en el sitio, echó los vuelos con ese clasicismo tan peculiar suyo a sabiendas de que la empresa era de todo punto imposible. Pero mucho más allá de venirse abajo, el riojano, tras ver que el primer oponente tenía un freno de mano como espíritu, lo mandó al limbo de un excelente volapié, arrastrando los pies y saliendo por el rabo con una sorprendente capacidad para no perder la fe ni en los momentos más amargos. El segundo de su lote era todavía más feo, con cara de novillote y con dos espadas en la frente. Largo, escurrido, alto de cruz y huesudo, despertó las iras del tendido 7. Aquello cada vez se ponía más feo y la cuadrilla del riojano hizo más que lo posible para que el presidente accediera a sacar el pañuelo verde. Pero lanzó el blanco y el toro, que jamás hubo regalado una embestida, cuando vio que la muleta del riojano se disponía a obligarle por abajo, le lanzó un seco derrote a la ingle que por fortuna no hizo presa en la piel del torero. Dos tandas y a correr despavorido hacia chiqueros. Urdiales, que le había pisado muy firme los terrenos que más le incomodaban al descastado de Frailes, no tuvo opciones ni de jugarse la vida. Allá a lo lejos, frente a la puerta de toriles, se lo quitó de en medio con una solvencia profesional innegable pero ante la total indiferencia de una plaza que sabía que la tarde estaba destinada al fracaso más absoluto. Del penoso encierro del Puerto de San Lorenzo sólo se salvó el quinto; un toro fondón pero bajo, que tuvo un buen pitón derecho y con el que Alberto Aguilar sólo anduvo voluntarioso. Le costó un mundo confiarse con el astado y para cuando se quiso dar cuenta de la voluntad embestidora del animal lleva cinco tandas en el esportón. Con el de la confirmación pasó inadvertido. Tendero tuvo un primero sosote y repetidor y tampoco se acopló. El sexto fue un caballo con alma de buey de Florito: sólo quería chiqueros y tras una lidia afanosa, el de Albacete se lo quitó de su porvenir sin más miramientos. Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja.
o Última de la Feria de Otoño. Toros del Puerto de San Lorenzo: mal presentados por lacios, altiricones, estrechos algunos, gigantes y acaballados otros. El sexto parecía un mulo. Anovillados de cara, astifinos, sosos, rebrincados, débiles, moruchos e infumables. El mejor, el quinto, más bajo y hondo, que desarrolló nobleza por el pitón derecho. El lote de Urdiales fue sencillamente horrible: el primero duró un suspiro y el segundo, muy abierto de cuerna, tomó las de Villadiego y se rajó clamorosamente. Diego Urdiales: silencio en su lote. Alberto Aguilar: silencio tras aviso y división de opiniones. Miguel Tendero: silencio en ambos. Plaza de Las Ventas: más de tres cuartos de entrada en tarde desapacible y en la que llovió mansamente en los dos primeros toros. El viento se fue disipando. Presidió Julio Martínez, que debió haber devuelto algún toro.