jueves, 28 de octubre de 2010
ME COLÉ EN UNA FIESTA
Reconozco que tuve miedo. Llegué tembloroso, azorado, con los labios resecos, el corazón palpitando, la mente nublada pero atenta, presta a la sorpresa, a las emociones, a reavivar la nebulosa de los recuerdos. El viernes era un día señalado, un día marcado en el calendario como el del reencuentro de un montón de niños que ya no eran niños pero que un día lo fueron, y lo fueron juntos en el aula de un colegio y hasta en las tripas de un Ferry donde realizaron en comandita un viaje iniciático (de estudios, quiero decir) a los confines de Palma de Mallorca. Tal vez fui niño, me dije mientras aparcaba; o tal vez no, me pregunté mirándome a los ojos en el espejo retrovisor a sabiendas de las arrugas que surcan mi frente. Éramos niños, creciditos/as y no existían teléfonos móviles. Era la España de la gallina Caponata, del Me colé en una fiesta de Mecano, del accidente del Challenger y de la Guerra de las Galaxias, de la que me tragué las tres sesiones del día de su estreno. Y allí estábamos, casi treinta años después, prestos a cenar juntos el viernes por la noche unas veinte inolvidables siluetas. Creo que fue la guapa Olivia a la que se le ocurrió traer una foto de grupo captada en el parque Güell en aquella primavera de octavo. Un montón de chicos y chicas de rostros indescifrables se apelotonaban en la imagen. Espectros, me dije al adivinar mis mofletes medio encaramado en las espaldas de otros muchachos irreconocibles. Mira, éste soy yo; le dije a Javi, no sin esfuerzo. Te equivocas, porque soy yo, me contestó. El tiempo difumina la sonrisa, pero no la mirada, pensé. Te equivocas tú, majo… Pasaron los platos y llegaron las copas y cuando entramos a un antro, casi de madrugada, alguien se acercó a la barra y pidió Mecano. Cerré los ojos y comenzó a sonar Lady Gagá. o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se denomina Mira por dónde.