LEAN ESTO, ES UNA EXCLUSIVA (*)
A pesar de saber que voy a tirar por tierra cualquier rastro de prestigio personal a sabiendas de lo que acarrea la profesión de periodista y de salir por la televisión, ha llegado el momento de confesarme por un fatal desliz amoroso que me cupo en suerte en mis mocedades informativas. A principios de los noventa fui nombrado enviado especial por un generoso director de un periódico para entrevistar al mismísimo Jesulín de Ubrique en la habitación de su hotel, aunque a decir verdad, todos los jefes de los que he disfrutado me han parecido seres humanos dotados de innegables dones. El caso es que me presenté en el hotel del torero armado con grabadora, libreta, dos bolis y una cajita de cassettes de repuesto. A la entrada y tras presentarle mis respetos a su apoderado, se me abalanzó una estupenda señorita que en aquellos tiempos iba diciendo a todo el mundo que era la novia del espigado ubriqueño. Me miró de arriba abajo y me dijo que también era la jefa de prensa del torero y que el torero hablaba cuando le daba la gana y que ahora se estaba echando la siesta y que no podía hablar. Lógico, pensé (si duerme no habla). La señorita no paraba de largar sobre su vida y lo guapo que era el torero, de que iba a ser madre y que nadie la quería, ni Jesulín. Entonces, sin darme opción a defenderme, se tiró a mi cuello de costado y me dijo al oído que los chicos de la prensa teníamos mucho morbo. Di un paso hacia atrás y me acorraló entre la puerta de ascensor y la de los lavabos. No sabía qué hacer; Jesulín dormía, su apoderado roncaba; y yo en un pasillo de aquel hotel, con la futura princesa del pueblo mordiéndome la oreja. Pobre Jesulín, pensé.
(*) Cualquier parecido con la realidad es pura imaginación suya, querido lector.
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