Las primarias me ponen. Lo único que siento -y esto no es coña, lo juro- es que no me pueda presentar a ninguna de ellas porque me encantaría defenderme y hacerme valer por encima de los demás entre los demás, que son los mismos a los que, en caso de presentarme, aspiraría a que me votaran. Las primarias ponen a los candidatos, o a los que todavía no lo son pero pensaban, sin duda, que lo eran, en un brete. ¿Me apoya el aparato? ¿Acaso las bases? ¿Soy yo el aparato mismo? ¿Hay varios aparatos aquí y yo no me había enterado? ¿Confiará en mí The Special One? (Zapatero, se entiende). Las primarias hacen mella porque nadie sabe a qué asirse: miren la foto de Trinidad Jiménez sonriendo mano a mano con Tomás Gómez -ese señor al que en la Moncloa le dijeron mira no y él pensó mira sí- y Jaime Lizawesky con la copa del mundo en un bolsillo y un Colt 45 en el otro. Naturalidad en el gesto, viva expresión de la Democracia, oiga. O nuestras locales primarias, con ese Francisco Martínez Aldama que dice que se quiere comer al PP. Yo no se lo recomiendo, mire. Comerse al PP tiene sus riesgos, zamparse el aparato a otro aparato -y qué aparato- no creo que pueda conmover al nuevo sorprendente primario socialista riojano, rodeado en la fotografía de algunas viejas glorias de la causa que apenas han aparecido en ninguna foto en estos años de engorde popular hasta el empacho. Los dos proclaman, eso sí, que se quieren jalar a The Special One riojano (Pedro Sanz, obviamente). Ahora me pregunto yo. ¿Por qué en el PP no hay primarias? ¿No se atreve nadie? ¿Nadie se quiere comer en el PP a Sanz o es mejor aguardar la herencia? Qué aburridos hace el poder a los partidos, que no el hambre.
o Este arículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y que se titula Mira por dónde.