El Juli vuelve a dar una lección en una faena de aroma ojedista en la que perdió los máximos trofeos al fallar con la espada. Pinar, facilón, cortó una orejita a cada toro
En el toreo, como en la vida misma, todo no es igual porque no pesa lo mismo la paja ni el acero, el vino bueno vale y el malo cuesta; y en la corrida de ayer hubo toreo caro, toreo perfumado, hondura, precisión milimétrica en los engaños, toques perfectos, valor y una envidiable puesta en escena… y también, una vulgaridad sin límites, un ejercicio desmesurado de ventajas para hacer pasar por bueno lo que no lo era ni por asomo en un afán desmedido por cortar orejas a toda costa. El primero fue El Juli, que dio una nueva lección; y el segundo Rubén Pinar, un torero poseedor de una espada inapelable, pero que dibujó dos faenas repletas de ventajas ante dos toros, especialmente el sexto, que reclamaban cante grande, buenas dosis de temple, y un poquito de colocación. Pero vayamos a lo que vale, a lo que pesa, que fue la actuación de Julián López, un torerazo que está alcanzado una dimensión en su tauromaquia realmente sobrecogedora, en la que a un valor imponente, suma una colección de recursos éticos y estéticos a la que no parece adivinársele fondo. El primer toro de El Juli tenía nobleza y humillación pero le faltó ese punto de suficiencia para que la faena alcanzara la ligazón que el diestro pretendía por los adentros. Hubo series emotivas en redondo y al natural en las que fue capaz de coser la embestida a su muleta con verdadero primor. Y cuando el toro no pudo más, Julián se sacó del alma un concepto ojedista con el que introdujo a la plaza en ese éxtasis que provoca pasarse los pitones por la barriga obligando al morlaco a repetir en un espacio inaudito, colocándose siempre a milímetros de la cornamenta, robándole al animal su íntimo espacio vital en una faena sencillamente coreada pero que emborronó con una estocada caída que volvió a poner a la presidencia en un brete de aúpa. Si el jueves acertó el palco, ayer hizo lo mismo Antonio González Suberviola, aunque resulte ocioso decir que no existe comparación posible entre aquella oreja de El Fandi o las dos que cortó ayer Pinar, basadas precisamente en un factor que le pasó una mala jugada a El Juli, su espada inapelable, su firma de acero. Si lo hubiera matado, los dos orejas se hubieran quedado quizás cortas, pero el toreo estaba dicho y hecho, cantado al ralentí y es un placer ver a El Juli, el número uno actual, con tanta ansia de triunfo, con tanta vergüenza torera.