El pasado lunes Alejandro Talavante estaba anunciado para actuar en Alfaro junto a Miguel Abellán y Diego Urdiales ante una corrida de la ganadería madrileña de Baltasar Ibán (aunque ponía Iván en los programas de mano). Unos días antes del festejo, el veedor del diestro fue al Cortijo Wellington para ver cómo eran los seis toros seleccionados para el evento. La corrida, según ha podido saber este cronista, era un ejemplo de presentación por sus hechuras y la limpieza de los pitones. Dicho veedor al comprobar el percal, llamó asustado al apoderado de Alejandro Talavante y este apoderado –Manuel Martínez Erice– hizo lo mismo con Manolo Martín, a la sazón empresario de Alfaro. O se cambian los toros o no va Talavante. Manolo Martín cedió a las presiones de Manuel Martínez Erice y sin comunicar nada a los aficionados, reemplazó la corrida de Baltasar Ibán por una de dos hierros: Martín Lorca y Martín Escribano. Los toros de Ibán (con b) siguen pastando en el campo, los bóvidos acornes de Martín Lorca y Martín Escribano –alguno con los pitones más romos que el pomo de una puerta– se lidiaron en el ruedo alfareño entre las protestas de un sector de aficionados y la inoperancia del presidente y del veterinario de la corrida, que no hicieron nada ni en los reconocimientos ni durante el festejo, y la sonrisa perpetua de Alejandro Talavante, que encima se llevó los dos toros de mejor condición de la corrida y no paró de dar respingos mientras el primero de su lote sangraba clamorosamente por un cuerno, o lo que habían dejado de él. ¿Quién defiende a los aficionados?, me preguntó un señor cuando acabó la corrida. No sé, le dije mascullando para mí que con toreros como Talavante, apoderados como Manuel Martínez Erice, ganaderos como Martín Lorca y empresarios como Manolo Martín, el toreo, al que tanto amo, está muerto.
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula Mira por dónde.