El toreo no se siente sólo como un impulso. El toreo, para imprimirle eso que se llama el alma, necesita de un camino de perfección casi inhumano, de una entrega que raya la obsesión, la máxima destreza, lo inaudito.
El miércoles tuve la suerte de presenciar un tentadero de vacas cuatreñas y cinqueñas de la ganadería de Cantinuevo en su preciosa plaza de tientas cubierta, un auténtico palacio del toreo en mital de la Alcarria.
Y Diego Urdiales, que toreó con ese clasicismo suyo tan personal, tan desnudo de retórica, pero tan singularmente hermoso, dejó sobre el blanquecino ruedo de tan imponente coso campero, un buen número de sensaciones para amar el toreo.
Compás profuso sin alaracas, toreo profundo, mandón, templadísimo. Ciencia en terrenos y distancias, valor para el descaro y suficiencia para el discurrir de los lances sin amontonarse nunca.
Gocé del toreo en el corazón del toreo: los olés por dentro, apenas propinados, el gusto, el placer de sentirse casi susurrándolo, sin simplezas, sin discursos narrativos ni preocupaciones de agradar.
Torear para relamirse por dentro, para vaciarse. Torear también por torear.
o Esta magistral fotografía es obra de Arsenio Ramírez, de Por la Rutas del Toro.com