Javier Conde camina parsimonioso por la arena
Como si se hubiera tragado un palo
Recto de toda rectitud
Muerto de miedo
Desencajado, aprieta los dientes
Traga saliva, la boca echa esparto
La lengua de trapo
La muleta caída, alicaída, yerta
Javier Conde... en fin
Camina altivo, inopinado
El público mira sus chicotazos
Su mente de caracol
Para andar hacia el toro sin querer llegar nunca
No torea ni aunque lo aspen
Ni aunque quiera torear, que no quiere, puede
Y como no puede, y lo sabe
Llega Taurodelta y lo coloca
Lo coloca bien, como a un figurín
Javier Conde, de catafalco e hilo blanco
Aúna todas las desesperanzas
Torero de pitiminí
De tubo de ensayo en tentaderos de Juan Pedro
Javier, confíate, le dice Molés
Desde su Palco, sin mover el bigote
Molés apremia al torero
Mas sabe que ni quiere ni puede
Y que aquello es un estrambote (su estrambote)
Sin prejuicios Molés
El rey de las cohortes televisivas
Pone paz en el ruedo con ese aprobar
Siempre lo que le parece bien
Lo que le suena y pesa
Lo que le conviene
Molés no asaetea a Conde
Prefiere zaherir banderilleros
O a los toreros que no le dicen Maestro
Reírse de los que pasan de gañote
Cómo si él pagara
Molés, juez supremo del toreo moderno
(entresdé, en abierto, en cerrao, de pago o de coloquio,
de conferencia, de mano a mano, radiofónico, televisivo,
en revistas, con Federico Jiménez Losantos, en El Larguero,
en donde sea, siempre Molés, el del bigote ralo)
Se complace con Conde, al que no soporta
Pero que comprende que ande despacito para
No llegar jamás al toro, como él y sus verdades
¿Vedad Chenel? ¿A qué sí, Emilio? ¿Seguro Manolo?
Molés y Conde, perfecta conjunción de las últimas decadencias del toreo
(Y que me perdone en el cielo de los toros Santiago Amón)