Julio Aparicio ya está en casa. Ha vencido a la muerte.Ha vencido a la peor cornada imaginable, a la mala suerte, al derrote más seco que imaginarse pueda.
Por eso canto con estas palabras (las que hace unos días fui incapaz de pronunciar) toda la ternura de su toreo, de su propia vida. Y como torero que es se ha sobrepuesto al peor de los destinos, burlando a la muerte sin engañarla, mirándola a los ojos, sosteniendo un pulso infinito en el lugar donde cualquiera de nosotros hubiéramos tirado la muleta al suelo.
El la tomó para defenderse, pero resultó herido, no vencido, solamente herido, y eso para un torero, para cualquier torero, es sólo un desafío más a las probabilidades, a la comodidad burguesa donde nos arrellanamos los demás.
Julio Aparicio ya está en casa. Ha vencido a la muerte más espantosa. Nosotros ya sospechábamos que los toreros tienen ese halo de inmortalidad que los hace tan libres, tan rotundos en sus expresiones, tan poderosos de alma.