jueves, 24 de junio de 2010

ALBERTO, NO TE CASES

España es un país extraño, un país entretejido de taifas en el que si participas en una encuesta y opinas sobre si a Casillas le perjudica que esté Sara Carbonero en el mundial puedes ganar un mini. Por cierto ¿quién es esa chica? En España si a Casillas le da por afeitarse se genera un debate social de primera magnitud; en España, de pronto, aparecen tipos que se creen Jesucristo en Sevilla y de un manguerazo le rompen un brazo a la talla del Jesús del Gran Poder, porque ni él ni Jesús (el de la talla) necesitan ninguna representación en madera muerta, dicen que ha dicho el autoproclamado mesías hispalense. España es un país de infelices, como yo, un país que se reúne en torno a un televisor a celebrar goles y Villa, el felino del área, se pone a torear como en un anuncio de… McDonalds cuando la mete (la pelota). Y se cabrean ciertos pensadores (on-line) catalanes por el asunto del lance, porque se sienten heridos, oprimidos y escocidos de que España meta un gol y el goleador, encima, se crea algo así como José Tomás pero con la vuvuzela a modo de clarín o de sordina. Sensibilidad nos sobra a los españoles que nos emocionamos ayer con el anuncio de boda de Alberto de Mónaco, que a mí personalmente me recuerda a otro Alberto, a Ruiz Gallardón, el impecable alcalde ex olímpico que tuvo una corazonada fallida y que nos dejó a todos con la miel en los labios a las puertas de otros Juegos Olímpicos en la meca del paro obrero. Pero volvamos a Alberto, el hermano adusto y triste de Estefanía y Carolina, dos mujercitas de extraordinario calado que cuando éramos más jóvenes tenían cada día un affaire. Él no, Alberto hacía la estatua y a la chita callando generó mil leyendas. Ahora se casa. En España no hubiera pasado.

o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que aparece los jueves y que se titula Mira por dónde.

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