María José Silván, ex-bibliotecaria del IER. M. Herreros |
La mirada de María José Silván es clara y profunda. y tiene motivos. Sus retinas se han depositado en miles de libros y de documentos, en incontables legajos, en un infinito de fichas y solapas por las que ha deslizado sus dedos con un afán gigantesco, casi inhumano y ciertamente desmedido: ordenar el saber, hacer de una biblioteca un espacio transitable donde se reconozca cada conocimiento, cada tema, cada autor, casi con una sola mirada y colocando senderos fiables a cuantos investigadores y estudiosos se han acercado a lo largo de más de treinta años a ese mar de 30.000 volúmenes que dejó esta bibliotecaria del IER cuando se jubiló hace unos meses. María José Silván es navarra de Pamplona, aunque lleva en Logroño «casi toda una vida» y se siente profundamente ciudadana del mundo: «Logroño es una ciudad extraordinariamente acogedora; vivo aquí de hace más de tres décadas y aunque mi familia reside en Pamplona ya no me puedo imaginar en otro sitio, con otro paisaje vital en torno a mi persona». Y eso a pesar de que a los diez años se trasladó desde Pamplona a Zaragoza y luego estudió Historia del Arte en Barcelona. Sin embargo, cuando preparaba sus estudios de postgrado decidió cursar biblioteconomía en la Universidad de Navarra: «Me atrajo desde el primer momento porque es un mundo que te ayuda y sorprende cada día, que te enriquece, aunque yo no sea una gran lectora». Y de Pamplona a Logroño, donde por oposición se citó con un futuro lleno de historia de La Rioja: «Cuando llegué estábamos en Calvo Sotelo y la biblioteca contaba con 2.500 libros. Ahora lo recuerdo, lo cuento y me hace hasta gracia, pero hemos vivido ni más ni menos que cinco traslados hasta llegar al edificio de los Chapiteles. Es muy complicado imaginar traslados de libros de cajas en cajas por tantas ubicaciones, algunas de ellas meros pisos que no disponían de las más mínimas condiciones para trabajar». Silván colecciona multitud de anécdotas porque también fue archivera: «He tenido que trabajar en los bajos del Reina Sofía, en el gimnasio o en el viejo edificio de la Beneficencia», donde se vio obligada a rescatar del agua y las inundaciones más de una pila de documentos. Y es que tiene muy claro que este mundo del archivo tampoco importa demasiado a los políticos. «Fíjese, hace unos años un responsable de Industria mandó tirar el archivo a la basura y se perdió la historia. Para escribir la historia hay que investigar y para hacerlo bien no queda más camino que acudir a las fuentes. Si borramos las fuentes, borramos la historia. A veces se ha hecho por inconsciencia; otras porque no ha habido interés o, sencillamente por incultura», lamenta. Uno de los muchos tesoros que le ha aportado el trabajo en la biblioteca del IER son las personas: «Los libros son extraordinarios, pero ellos me han ofrecido la oportunidad de conocer personas maravillosas, gentes interesantes, investigadores, compañeros, profesores de la Universidad, estudiosos. Mi trabajo no hubiera tenido sentido sin todo eso. Por eso si me pide un libro en concreto, me es imposible decantarme por uno; es todo su conjunto, toda la biblioteca». Hace unos días fue homenajeada por un grupo de amigos: «Fue una sorpresa increíble; yo no lo podía esperar y hasta tuve que tocar en un piano Para Elisa», sonríe con delicadeza.
o QUÉ FUE DE... María José Silván es un reportaje que he publicado en Diario La Rioja.