La corrida de la prensa ha constituido un perfecto remedo de la situación de la profesión periodística: falta de afición, mecanicismo, teoría dura de dogmatismo y, desde luego, soberbia, mucha, demasiada soberbia.
Casi nadie se enteró de la maravillosa faena que cuajó El Juli al primero de la tarde, un excelente toro de La Quinta que se venía dormidito a los embroques pero que tuvo una clase excepcional, una embestida mexicana, al ralentí que a mí me dejó maravillado por la conjunción que le impuso el torero de San Blas. Que sí, que se hubo traído sus toros pero que eligió dos excelentes ganaderías y dos astados más que bien presentados para Madrid o la conchinchina misma.
Dictó El Juli su parsimonia entre la indiferencia más cruel y mortecina y pinchó con la espada una gran faena, una faena de portada, aunque a muchos les pareció, porque no se enteraron, una nota a pie de página, o un brevecillo en una par.
Perera fue un teclista, aunque en las redacciones apenas queden profesionales de dicha especie. Un replicante de sí mismo, un tipo oscuro de cierre que corta teletipos y los va asignando a cualquier sección con el espíritu rutinario del que hace lo que sabe, sabe lo que hace, pero en el fondo le da igual. No se inmuta. Y así está Perera, impávido, irreconocible. Puede llegar a subdirector, a redactor jefe, a delegado sindical... pero por ese camino se le va a quitar pronto la vitola de figura.
Y Cayetano, el torero de los ojos verdes, del vestido verde y de tan verduzca profesión. No es figura, aunque lo tratan como tal por cuna, por Armani y no sé muy bien qué más. Es la típica estrella de una redacción de provincias: subidito él cuando torea en pueblos, cuando va como plenipotenciario del periódico a un pleno en Villatembleque. Pero le puede la responsabilidad y se le cae el mundo encima cuando el contrario le dice las cosas a la cara. Torea para las fuentes, para que le lean los convencidos, para que le jaleen las señoras del corazón. Y tiene cierta clase con capote y muleta, pero carece de técnica, valor y entusiasmo para sobreponerse en una tarde así, tan jodida, tan esperpéntica y tan cruel como es Madrid cuando Madrid se cree la misma cátedra y hace el ridículo con esos olés despectivos del último toro, por cierto, todo un toro, y un buen toro, además, al que no le consintieron embestir a pesar de su infinita nobleza.
San Isidro agoniza, la misma fiesta está pasando un mal rato por este periodismo de salón en forma de toro. Las corridas se reseñan en el campo y luego se sortean. Si se quiere venir a Las Ventas con un toro determinado, pues se hace como Antoñete cuando se despidió, se compran, se embarcan, se sueltan y se abren las puertas para que el que quiera, y le venga bien, se acomode en una localidad.
o ¿Han organizado esta corrida periodistas o taurinos?